En Derecho Político, la distinción entre monarquía y república se determina, principalmente, por la forma de designación del jefe del estado de una nación-estado y la duración del ejercicio del cargo. Si la designación se realiza mediante una elección y el ejercicio del cargo es temporal, nos encontramos ante una República, si por el contrario, la designación del jefe del estado se determina por la pertenencia a una familia o dinastía y el ejercicio del cargo es potencialmente vitalicio, el régimen político se denomina Monarquía.
Existen, no obstante, excepciones al poder describirse presidentes republicanos vitalicios e incluso repúblicas hereditarias, así como aspirantes al trono y miembros de familias reales que han sido presidentes de la república.
Asimismo, no puede describirse un sólo modelo de monarquía ni tampoco de república. En particular las formas republicanas se clasifican por la forma de elección del presidente de la república, siendo las dos formas predominantes, la república presidencialista, en la que el jefe del estado se elige por votación popular y la república parlamentaria en las que se elige por las cámaras legislativas.
Esta breve introducción tiene por objeto iniciar un debate, evidentemente más profundo que la elección del jefe del estado, sobre el modelo de república a considerar como posible en la futura Tercera República Española.
Nuestra historia demuestra que las dos veces que en España se ha proclamado la República, ha sido fruto de una improvisación, al tratarse, en estos momentos históricos, esta forma de estado como alternativa por exclusión a la monarquía, más que un proyecto en sí mismo.
Así, la Primera República fracasó, entre otras razones, porque los partidos republicanos no tenían clara la organización territorial del estado y en la Segunda República, la elaboración de la Constitución conllevó una serie de tensiones, en particular sobre la misma organización territorial y las relaciones entre la iglesia y el estado.
El movimiento republicano debe emprender una serie de actuaciones para la consecución de un proyecto de instauración de la República que sea fruto del mayor consenso y acuerdo posible para que éste sea tomado en consideración por el pueblo soberano al que ha de representar.
Entre las muchas materias a discutir, se encuentran viejos problemas sin solucionar todavía, como la organización territorial del estado, en la que las ideas republicanas han oscilado entre el centralismo, la federación o la confederación de naciones.
Es necesario un proyecto claro en relación a las relaciones entre los distintos territorios del estado, siempre en pie de igualdad entre ellos, un poder central coordinador y, siempre y eternamente olvidado, una encaje institucional y competencia de los municipios dentro de esa organización.
El municipalismo ha sido siempre la cenicienta competencial y financiera de los poderes públicos en el Estado Español, con una mala delimitación de las tareas y funciones que tiene que ejercer y con una endémica falta de fondos para realizarlas. Incluso existen sistemas republicanos donde el municipio es la base de las agrupaciones soberanas de ciudadanos, agrupándose en comarcas o condados, estados o regiones hasta llegar a la cúspide del poder central.
Tampoco está resuelto el problema del presidencialismo o el parlamentarismo de la república. En una república presidencialista, al ser el presidente elegido por votación popular, tiene la misma legitimidad democrática que el parlamento, sea éste uní o bicameral, por lo que pueden producirse enfrentamientos entre ellos, aun cuando estén delimitadas sus competencias constitucionalmente, extremo que no ocurre, al menos con tanta frecuencia, en las repúblicas parlamentarias.
Se podrían enumerar múltiples temas a discutir, consensuar y aprobar a los efectos de que el republicanismo ofrezca un proyecto coherente, ilusionante y alternativo a la organización política actualmente vigente en el Reino de España.
Somos muchos los que nos consideramos republicanos, pero dicho proyecto tiene que concretarse, y no esperar a un agotamiento de la monarquía para volver a implantar una república de forma improvisada y que pueda desembocar en un nuevo fracaso a manos de salvapatrias, con o sin bigote.
Tenemos trabajo.