Llevan meses asomándose al abismo, pero la impresión general es que, ahora sí, la ruptura ya está aquí y no tiene vuelta atrás. El adelanto electoral aboca a los distintos actores de la confluencia gallega a posicionarse con claridad sobre asuntos medulares en cualquier alianza política, desde la fórmula de concurrencia electoral hasta el método de elección de los candidatos. Y ahí los puntos de partida de la dirección villarista de En Marea y de los sectores críticos —el tripartito Anova-Podemos-Esquerda Unida y confluencias locales como Compostela Aberta o Marea Atlántica— se hallan a una distancia sideral los unos de los otros, tanto que su convergencia se antoja casi imposible.
De todos modos, la dirección de En Marea aún cree posible el acuerdo. Y lo cierto es que nunca nada es absolutamente nuevo en política. En las vísperas de las elecciones gallegas de 2016 ya se produjo un tenso pulso entre Luís Villares y sus partidos aliados de ámbito estatal. Aquel quería, como quiere ahora, que En Marea se presentase a las elecciones como un partido político constituído como tal y no como una entente de marcas preexistentes. En el polo opuesto al villarista, en aquel momento militó hasta el último minuto Podemos Galicia, firme partidario de mantener su peso relativo —su fuerza en número de votos— y su nombre en una coalición electoral. El gato al agua se lo acabó llevando Villares, paradójicamente gracias al carácter hipercentralista del partido morado: fue una decisión personal de Pablo Iglesias la que acabó obligando a sus correligionarios gallegos a dar el brazo a torcer.
¿Puede volver a ganar Villares? Bien, no lo tiene fácil. La situación no es la misma que hace catro años. Hay mucho más ruido y el enconamiento es más áspero, entreverado de cuestiones personales, de dirigentes que literalmente no se dirigen la palabra. De todos modos, el líder de En Marea tiene sus bazas. La primera es la puramente aritmética: una ruptura no es lo que más le conviene al alto mando de Unidos Podemos, en caída libre en las encuestas y con grandes dificultades para articular un discurso que le permita meter cabeza en la dialéctica de Pedro Sánchez contra el triángulo PP-Cs-Vox, la lógica discursiva que favorecen tanto el PSOE como las formaciones de la derecha. A las mareas municipalistas de Compostela Aberta y Marea Atlántica tampoco les interesa nada un cisma a apenas tres meses de las elecciones locales, sobre todo si implica la hipótesis de que En Marea acabase presentándose como tal en las municipales de A Coruña y de la capital gallega.
Mas el espacio para el acuerdo se achica por momentos. En Marea no contempla bajo ningún concepto el escenario de ir en coalición. Argumenta que esa fórmula, instrumentada en las elecciones de 2016, no ha permitido la visualización de la confluencia gallega en el Congreso, excesivamente dependiente de las estrategias de Pablo Iglesias y de Alberto Garzón. Por su parte, Anova, EU e Podemos opinan que el formato partido no permite recoger toda la pluralidad de la izquierda social gallega y que resta más de lo que suma.
Los juristas de En Marea dicen que con una coalición no es posible formar grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados. Desde el tripartito Anova-EU-Podemos se arguye por contra que esa cuestión depende no de razones jurídicas, sino políticas, en definitiva, de quien controla, si la derecha o la izquierda, la Mesa del Parlamento. En todo caso, para el villarismo la cuestión clave radica en que quede claro ante la opinión pública gallega que el centro de gravedad de la confluencia, sus órganos soberanos, tiene su sede social en Galiza, mientras que los partidos hasta ahora aliados del juez en excedencia —sobre todo en el caso de Unidos Podemos— ponen como núcleo del relato el combate contra el régimen de 1978 sin que importe tanto en que capital —sea Madrid o sea Compostela— se tomen las decisiones.
La confluencia siempre ha hecho equilibrios sobre un finísimo alambre y son innumerables las veces en que unos u otros han estado a punto de escribir el epitafio. El acróbata, salvo sorpresas, ahora sí que va a caer. Aquí la fecha clave es el 28 de febrero. Ese día se cierra el plazo para la presentación de candidaturas en las primarias internas de En Marea. La dirección del partido instrumental no contempla ningún otro mecanismo para integrar las candidaturas que concorrer a ese proceso interno. «No aceptaremos ningún reparto de cargos en ninguna mesa camilla. Son las personas inscritas las que decidirán las listas. Las primarias son innegociables», dicen desde el puente de mando villarista.
«Lo que sí estamos dispuestos es a hablar hasta el final. Hasta ese 28 de febrero aún hay tiempo de que [Anova, Podemos e EU] participen en las primarias», alegan fuentes próximas a Villares, mientras que desde el campo crítico Xulio Ferreiro, alcalde de A Coruña y líder de la Marea Atlántica, enarbola la bandera de una coalición más amplia que la de 2016, esto es, una entente que agrupe no sólo a los tres partidos que se aliaron hace cuatro años, sino también a las mareas municipalistas y a la propia En Marea.
La síntesis de dos posiciones tan divergentes parece una empresa imposible, pero si algo enseña la historia reciente de En Marea —plagada de luchas de egos y de gravísimas acusaciones mutuas de pucherazos internos sin que se haya producido formalmente una ruptura- es que nada se puede dar enteramente ni por resuelto ni por enterrado.