jueves, 21 de noviembre del 2024

Andaluces cainitas

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No crean, no son tantos. Son poquitos, poquísimos. Sin “a”, algunos más, que en todas partes cuecen habas. Y no son andaluces. O no merecen serlo. No se puede ser andaluz y totalitario, no se puede ser andaluz y ególatra. Va contra el espíritu, el de Andalucía, que todavía no han comprendido después de veintiocho años de existencia. Totalitarios reconocidos, engreídos, presuntuosos poseedores de la única verdad. Lo tienen todo. Todo lo que Andalucía no produce. Pero se ve que el espíritu de lo godo está bien asentado en todos los rincones del antiguo y efímero «reino de Toletum», traído desde Tolosa en muy lento e infructuoso caminar. Igualito. Igualico que estos, sus redivivos imperiales del siglo XXI. Pero, ¿y su andalucismo?¿Se puede ser nacionalista y mantener el «espíritu» godo? Es que habría que ver si son andalucistas. Nunca estuvieron muy centrados, pero veintiocho años traen muchos cambios. Se puede cambiar para mejorar, claro. Pero no es el caso.

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Parece que aún conservan el orgullo de sus 44.000 votos, como si 44.000 votos les hubieran dado la confianza de los andaluces, en vez de la espalda, con esa cifra y sus sucesivas rebajas. Se confunden. Se confunden al culpar a la «falta de conciencia andalucista», igual que todos cuantos se quejan de ella sin hacer nada por elevarla. Y algunos, peor, como los que llevan la palabra «Nación» en su nombre, sin ser más que revisionistas en intento de ocupar el espacio del nacionalismo. Porque el desgraciadamente extinto PSA-PA, al menos creyó –equivocado y todo– que todos los andalucistas tenían cabida en su seno. Como si pudieran convivir el acendrado capitalismo de quienes lo defienden sin tener un duro y quienes, al contrario, defienden los derechos de los más desfavorecidos. Pero al menos quisieron ser integradores, que es a lo que vamos. Estos no. Estos iluminados sin luz disfrutan con la creación de conflicto, con la disgregación, con el enfrentamiento artificioso con otros que sí son andalucistas y pelean todo el día por Andalucía.

Ellos no saben, no les interesa saber, que al primer independentista organizado de la Era Moderna, Pascual de Guzmán, Duque de Medina Sidonia, lo dejaron solo aquellos vascos que se sentaban bajo el árbol de Guernika para reconocer como su «único señor natural, a su Majestad, rey de Castilla y León». Para estos es mejor no saber que los retos, los objetivos difíciles, las utopías se alcanzan unidos o no se alcanzan. Prueba tangible de que ni buscan ni les preocupa lo más mínimo alcanzar ningún objetivo elevado. La independencia de Andalucía, por ejemplo. Es más, sin llegar a eso: el reconocimiento a la idiosincrasia, al derecho/los derechos del pueblo andaluz. A su historia, su cultura, su folklore, sus consecuciones. Su economía. No interesa a quienes cada día pierden más y más apoyos y, en vez de dedicarse a sumar, hacen esfuerzos para dividir. Para dividir a los andaluces, al pueblo que dicen defender. Está claro que su particular y artificial convicción de portar la única verdad verdadera, son los árboles –secos– que impiden ver un bosque verde. Y que sólo saben despotricar, despreciar, hablar mal de los demás como única solución para ocultar su inoperancia, para simular un nacionalismo que ni sienten ni practican. Habrán pensado que el desprecio a otros hará creer en una integridad, ni demostrada, ni posible, porque sólo se hunden en el fango y la suciedad de su propia actitud.

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Y Bildu se las trae. Por algo son herederos de aquel «PSV» que rompió la Federación de Partidos Socialistas, única formación que hubiera podido ser referente de socialismo frente a un felipismo ya entregado como mercancía a la voluntad de los millones de la SPD. Hay un principio jurídico que últimamente no se respeta, en atención al franquismo en regreso. Reza así: «Todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario». Y hay gente que hace bueno al nuevo TOP, rebautizado «Audiencia Nacional». Y hay un juicio acelerado, inexacto, injusto, que es el llamado «público», –de popular tiene poco, salvo que se relacione con el partido de ese nombre. Esta gente maneja todo cuanto pueda englobarse en el sucio, repugnante principio de «enturbia, critica, miente, que algo queda». Pero de verdad, de verdad, los andaluces siempre hemos mantenido un respeto al pueblo vasco; y, como no queremos perderlo, no nos queda otra que pensar que Bildu ha ido como locos, ha puesto su confianza tan ciega como su comportamiento, en unos elementos autoelevados a nacionalistas andaluces, cuando no pasan de chismorreístas de TV.

Tan lícito es apoyar como desaprobar la estrategia de Pedro I. Altamirano. Pero el señor Mao Tsé Tung, de quienes los interfectos se dicen seguidores, dejó un sabio consejo: «Quien no se informe que no hable». Quien tenga al menos un par de neuronas no verá invitación a callar sino a informarse. Y en política no hay que temer a los paracaidistas, sino a los submarinos. Esos son los espías, esos que sirven a un señor en la casa de otro. Los submarinos sí son peligrosos. Tanto que laboran, critican, crean cizaña para dividir a todos cuantos están en la onda en la que ellos dicen estar. Aunque este columnista nunca ha visto el paracaídas de Altamirano, al paracaidista, al menos, se le ve venir. El peligroso es el otro, el que dice ser nacionalista y se desvive por dividir al nacionalismo. El submarino. Ese sí se las trae.

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