viernes, 22 de noviembre del 2024

U-ni-dad

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Beatriz Talegón
Beatriz Talegón
(Madrid, 5-5-1983) Licenciada en Derecho por la UAH, estudios en economía del desarrollo por la LSE en Pekin. Analista política. Ex Secretaria General de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas Actualmente colabora como analista política en distintos medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión).
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Ya desde hace tiempo en las calles de Cataluña, en cada manifestación, se oye un grito unánime: «U-ni-dad». Lo corean de forma constante desde hace un año. Es la gente que hizo posible el 1 de octubre, que de manera cívica, pacífica y organizada fue capaz de de tejer una estructura social para poder defender un objetivo común: su derecho a expresarse. Su derecho a contarse. Su derecho a tomar decisiones de manera democrática. 

Y ese día nadie preguntó dónde militaban unos, a quién votaban los otros y, sobre todo, ninguno se dedicó a marcar distancias por fobias o manías hacia ningún dirigente político. Nada de eso. 

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Se organizaron durante meses para guardar las urnas, las papeletas, para saber lo que hacer en cada momento: confiando y manteniendo la esperanza en que lo lograrían. Y lo lograron. ¡Vaya si lo lograron!

Hoy vemos cómo en el juicio el estado y su sistema represor no está siendo capaz de llegar a entender cómo fue posible organizar semejante tarea, cómo pudieron coordinarse cientos de miles de personas de manera discreta, anónima, pacífica y sin delinquir. Porque querían votar. Por mucho que quieran algunos criminalizarlo. No hay por dónde cogerlo. Y todas las mentiras que están soltando se deshacen y les explotarán en las manos cuando esto llegue a instancias internacionales. Porque allí sí tienen muy clara la grandeza de la población catalana que actuó de manera conjunta, mirando al frente y sin dar un paso atrás. 

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Ese día, y tantos otros que hemos visto después, ante las brutales cargas policiales que sí se dieron, la ciudadanía se dio la mano, se abrazó fuerte y «como una muralla humana» aguantó los palos que recibía. Se limpiaban la sangre, se cogían en brazos. Nadie preguntaba entonces a quién votabas, ni dónde militabas, ni siquiera si habías votado que sí o que no en el referéndum. 

Un año después vemos cómo la división entre bloques políticos es patente. Y la sociedad no lo entiende porque con esta actitud se está diluyendo la fuerza del pueblo el 1 de octubre. Ese mensaje que se dio «de abajo hacia arriba» donde le dijeron a sus líderes políticos que querían votar, que el pueblo se unía para hacerlo posible y que en esa tenían que remar todos en la misma dirección. 

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Imágenes como el intento de registro a la CUP, donde en su puerta se encontraron miembros de distintas formaciones políticas, con distintas ideologías, pero que acudieron a prestar ayuda para evitar el atropello que pretendía realizar la policía, son lo que ha hecho grande al pueblo soberanista catalán. 

O la imagen de Xavier Martínez, el padre del niño asesinado en las ramblas, abrazando a un musulmán. Esa es la imagen de la Cataluña que quiere ser libre, que quiere poder decidir sobre todas y cada una de las cosas que le importan. 

Es comprensible que hasta que la República llegue y puedan plantearse distintas maneras de organizar la participación social en las instituciones, los partidos políticos seguirán siendo necesarios. Sin embargo, el horizonte se encuentra lleno de herramientas que permitirán decidir de manera directa a la ciudadanía, pudiendo así votar cuestiones específicas sin necesidad de tragar con un programa completo cada cuatro años. Ese es el rumbo hacia el que las democracias modernas avanzan y cualquiera que se ponga en medio (políticamente hablando) y pretenda obstaculizarlo, terminará quedando a un lado. 

Desde España sabemos bien de los bloqueos que se encarga de hacer el sistema a través de sus medios de comunicación, de la financiación (ahorrando en cafés) de las formaciones afines al régimen (o creadas por éste); conocemos bien la imposibilidad de unión. Ni de acción ni de ningún otro eufemismo que quiera usarse. En España tenemos muy difícil tejer una red basada en principios republicanos, fundamentalmente porque todavía nuestros muertos están en las cunetas, su memoria olvidada y su legado criminalizado. 


Solamente en tierras donde el independentismo ha mantenido vivo su espíritu republicano tenemos hoy esperanza. Porque algunos desde aquí, y no somos pocos, creemos en la libertad de los pueblos para decidir y gobernarse. Por eso estamos convencidos de que una apuesta por el derecho de autodeterminación y república sería clave para ir todos a una en el territorio español y en Europa. La división les lleva manteniendo en el poder desde hace más de ochenta años: primero con un golpe de Estado, con muertes, cunetas, prisión, exilio; después, jugando a dividir a todo aquello que le plantase cara. 

Ahora la división está sobre la mesa también en el republicanismo. Tanto en el catalán como en el de todos los territorios de España desde donde estoy segura podrían sumarse votos en una lista unitaria (para que no se pierda ninguno) y pueda plantar cara a los que siempre se han salido con la suya. 

Y para eso, es importante recordar el papel que algunos han jugado en todo este sainete: el del PSOE, al que conozco bien, que ha sabido jugar a decir una cosa y la contraria para poder mantener los votos de sus fueros más importantes: Cataluña y Andalucía. El PSOE sabe que sin los votos catalanes no puede ganar las generales. Y precisamente ahora no sería descabellado pensar que esté haciendo todos los pactos posibles, para tratar de mantener su poder a toda costa. Incluso, si cabe, engañando a quien quiera comprarle una manera de ampliar la base, sin pararse a pensar en que está rompiéndola por otro lado. 

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