Había nieve. Y tanta que había, pero no seáis mal pensados y no hagáis una ecuación simple: farándula y altos cargos = colas en los baños. Tampoco creáis que soy tan obvia como para recurrir al chiste fácil y utilizar el juego de palabras del nombre en gallego de la cocaína para hablar de la serie televisiva. O sí, esto va ir de pura obviedad, porque la única Fariña/Harina que se dejó ver en la entrega de los Mestre Mateo 2019 -los galardones que supuestamente premian la excelencia del audiovisual gallego- fue la de los bocatas que te canjeaban al final de la gala.
Y allí estábamos todos y todas, entre plumettis, gasas y lentejuelas; entre pajaritas, escotes y corbatas, hincando el diente a unas pulgas de jamón serrano no aptas para estilismos micromachistas, pero justas y necesarias tras casi tres horas de riguroso directo inmóviles en nuestras butacas. Se acabaron los tiempos de comer de gorra. El que quiera comer, que venga cenado de casa. Y se acabaron también, o están en riesgo serio de terminar, los tiempos de otra ecuación: farándula y galas = reivindicación y combate. Los titiriteros han bajado el telón de la denuncia y han cedido ¿a la desidia, al conformismo, al miedo?
Prietas las filas. Llegó el Código Penal y mandó parar, y desde entonces y hasta ahora, salvo honrosas excepciones –algunas de ellas encarceladas- el silencio -también el autoimpuesto- venció a la lírica. A los responsables de la manipulación en los medios de comunicación públicos no les hizo falta ninguna reforma legislativa para seguir campando a sus anchas. No obstante, el clima creado con todo esto de “los límites del humor” y de la “libertad de expresión” reforzó estas prácticas, para las que, aún encima, los cargos políticos parece que se sienten más legitimidos que nunca. Durante un tiempo, los profesionales de la RTVE demostraron su cabreo en forma de lazos naranjas. Pero la verdad, llega un momento que con tanto lazo para todo, uno ya no sabe a qué causa corresponde cada adorno. Quizás por eso, optar por el negro fue más eficaz, los básicos siempre son una opción segura. El luto de nuestros informadores públicos pronto vistió de alivio, aunque puede que por poco tiempo, gracias a la moción de censura contra el gobierno de Mariano Rajoy y a la llegada de Rosa María Mateo al ente. Cogieron el testigo los compañeros y compañeras de la CRTVG, pero como lo único grave que pasa en España sólo pasa en Cataluña, sabemos “lo mala” que es TV3 pero apenas se conoce “lo peor” que es TVG.
La hostia de Casado
Tras 41 #venresnegro (#ViernesNegro), apoyados por profesionales de medios distintos, de latitudes diferentes, la campaña #Defendeagalega sigue siendo como una cosa de andar por casa. Pues allá ustedes, pero ya saben el refrán, “cuando las barbas de tu vecino.…” y no olviden que Núñez Feijóo perdió una batalla pero no una guerra en el último congreso del PP. Más bien yo diría que se dejó ganar, así que cuando Casado se coma la hostia del próximo 28 de abril, no me digan después que no estaban advertidos.
Y aquí es donde surge la duda ¿No estaban advertidos o es que no hacemos suficiente ruido? Una entrega de premios que reúne, precisamente, a profesionales tan relacionados con el sector parece que sería una ocasión estupenda para asomar un poco la cabeza y, sin embargo, se quedó en un 5 por ciento de share. Un porcentaje literal y metafórico. El literal lo puedo entender, si las galas son difíciles en vivo y en directo, no me gustaría estar viéndola en el sofá delante del televisor (o igual sí, pues no correría el riesgo de que me pillara ningún cámara con cara de póker ante el ejercicio de contención al que se vio obligado el equipo encargado de organizarla). Pero el metáforico no me cabe en la cabeza. Ya no me cupo en los Ondas, en la Academia Española, en los Goya… ¿dónde han quedado el No a la Guerra, el IVA cultural, el Nunca Máis y todas aquellas “proclamas” que el PP despreciaba como “cosas de maleantes y perroflautas”?
Activismo descafeinado
Los premios de “provincias” se consideran los hermanos pobres de los Goya, así que los Mestre Mateo no fueron una excepción en lo del activismo descafeinado. Sólo un tímido guión consiguió colar alguna ironía sobre la manipulación en los medios: “¿Dejando a un lado los informativos, qué problema tiene la ciencia ficción?”. También fueron pocos los osados que arriesgaron con el outfit y apostaron por las camisetas con mensaje. De la misma manera, se cuentan con los dedos de una mano los que le echaron huevos y plantaron explicítamente el dardo de “Defende a Galega” en el escenario. Y sólo el tímido guión, de nuevo, y una rubia –que ya se sabe que son tontas- se atrevió a nombrar a sus compañeras de reparto. Las compañeras que, junto a todo un equipo “made in Galicia”, se convirtieron sin pretenderlo en la “bestia negra”, el “enemigo a abatir” de este año de éxitos ajenos y desprecios propios: la serie Fariña.
Una serie con un 95 por ciento del equipo técnico y artístico gallegos; un rodaje íntegramente gallego; una productora que es gallega no sólo en el nombre, sino también en sus cotizaciones y una historia político-social de país, de estado y hasta diría, desgraciadamente, que universal: el narcotráfico. Una serie multinominada y multipremiada –mientras escribo estas líneas, de hecho, recibe el Fotogramas de Plata a mejor serie y mejor actor protagonista-. Una serie, sin embargo, que ha sido la gran ausente de los premios a la “excelencia audiovisual” de su país. Nadie es profeta en su tierra y el coqueteo del PP con la financiación ilegal empezó mucho antes de la Gurtel. El partido, como casi toda una generación –individual y colectiva- presuntamente experimentó con todo tipo de sustancias –metáfora, tranquilos- y se dejó ver con amistades peligrosas. La serie lo pone de manifiesto y eso hizo saltar todas las alarmas. El poder político, a través de los cargos técnicos encargados de velar por lo que consideran su cortijo, la televisión ¿público-privada?, intentó disimularlo acusando a Atresmedia de “venir a por la televisión de Galicia”. En un burdo ataque de ver “quién la tiene más larga”, resucitó una antigua serie de la casa sobre la misma temática. Lo hizo bajo el lema “Que no os cuenten los de fuera vuestra historia. Nosotros fuimos los primeros“ y lo hizo precisamente durante los insertos publicitarios de la retransmisión en directo de la Gala Mestre Mateo del pasado año.
Historias incómodas
La campaña triunfó. Desde luego, los de dentro apenas se atrevieron a decir “esta boca es mía”. Ojo, ni a derecha ni a izquierda. Ni constitucionalistas ni nacionalistas, ensimismados muchas veces estos últimos en la rigidez de que la “pureza” sólo se da más acá del Padornelo.
Tampoco la Academia tuvo el valor de abandonar la equidistancia que está tan de moda últimamente y los de Fariña se sumaron al nuevo paradigma de la emigración, el que deja marchar a sus mejores talentos.
El último #venresnegro (#viernesnegro) denunció que la TVG ya tiene la oferta para emitir el documental sobre el accidente de Angrois: Frankeinstei 04155 (1 euro de “costosísimos” derechos), pero aún no se ha decidido. Los catalanes, sin embargo, ya lo han disfrutado en TV3. Más de 180 países –gracias a Netflix- ya están disfrutando también y flipando con la historia de nuestro reciente pasado.
Está claro que más allá del Procés, hay demasiadas cosas e historias que también molestan, y mucho. A mí, por ejemplo, me molestó un huevo lo del bocata de jamón, sobre todo cuando me descubrí el maquillaje jodido por la Fariña (harina) del pan. Supongo que la diferencia está en que yo, por lo menos, no me corto un pelo y voy y lo cuento.