Resulta agotador escuchar ciertos mantras: cuando estás en Cataluña, la pregunta constante: «¿Dónde está la izquierda en España?«; y cuando estás en España: «Lo de la independencia catalana es una trampa de la burguesía, de la derecha, de los corruptos del 3%».
La izquierda en España mucho me temo que «existe» (entendiendo por existir el tener presencia institucional y salir en los medios) en la medida en que no plante cara al establishment. Y si pareciera que lo hacen de alguna manera, será siempre dentro del orden y la ley. Como opten por salirse del camino trazado, desaparecen: de las instituciones y de los medios de comunicación.
Por ello, quizás habría que preguntarse si existe otra izquierda, dispuesta a plantar cara a todo lo que viene sucediendo en este país desde hace más de cuarenta años. La hay, claro que sí: pero no acude a los programas donde se nos dibuja la realidad que a los poderes fácticos le conviene. Y no obtiene voz, ni espacio visible para después poder obtener un respaldo electoral.
Electoral, por cierto, dentro del sistema que también marca el establishment, con sus reglas, sus empresas, sus campañas electorales y su financiación fraudulenta.
Ayer en Madrid se vio que había gente dispuesta a venir desde muy lejos para acompañar a los catalanes soberanistas. Y esa gente desconocida, trabaja sin focos, sin medios, sin dinero, tratando de mantener discursos coherentes con los principios republicanos (tan pisoteados, silenciados y desfigurados).
Sería importante crear una estructura que permita unificar el pensamiento Republicano, erróneamente identificado únicamente con las posiciones de izquierda. Defender república es defender un sistema diametralmente distinto al que conocemos, y en él hace falta una pluralidad ideológica, también liberal, también conservadora, frente a ideas progresistas. Difícil plantear matices cuando todo viene controlado por quienes hace ochenta años se hicieron con el poder (en todos los ámbitos) a golpe de fusil, cunetas, exilio y prisión. Sus herederos siguen hoy marcando las pautas, dando voz o quitándola, creando mensajes, legislación, jurisprudencia, dando créditos y amasando fortuna de origen cuestionable.
Por otro lado, en Cataluña, la revolución está siendo posible por la conjunción entre la llamada burguesía y las clases populares. Tanto una como otras se han decidido por defender lo que les iguala: el derecho a decidir, apostando por las garantías democráticas que serán la única manera de convivir y acordar en un nuevo sistema que deje a un lado el franquismo sociológico tan implantado en España (y tan difícil de eliminar de manera real).
Los del 3% generan rechazo. En España seguro. Pero sobre todo, donde más repulsión fomentan es en su propia tierra: Catalunya. Allí nadie quiere saber nada de corruptos. Por eso ya no están en las instituciones; por eso se toman en serio la regeneración. Por eso y porque la fuerza que tiene el poder del pueblo organizado no deja espacio para las trampas.
No es cierto que lo que sucede en Cataluña sea cuestión de los burgueses corruptos. Como tampoco lo es que no se trate de una revolución social que viene desde abajo: desde capas sociales tan diversas y tan auténticas como desconocidas desde el resto de territorios de la península. Es lógico desconocerlo teniendo en cuenta que a los medios de comunicación españoles no les interesa que se conozca el hecho de que un pueblo ha sido capaz de pasar por encima de estereotipos, de etiquetas y se ha puesto a trabajar por un bien común.
Defienden a través de las urnas el derecho a gestionarse de manera responsable, transparente y participativa. Fundamentalmente quieren tomar las riendas de las cuestiones que les afectan. Es maravilloso ver este despertar. Como también es lamentable contemplar la criminalizacion desde España promovida por los medios al servicio del régimen.
Esta vez no le saldrá bien a quienes llevan ochenta años saliéndose con la suya. No les saldrá porque la realidad ha cambiado, la conciencia social necesita y requiere del uso de las nuevas tecnologías para enterarse mejor de lo que realmente sucede.
En mi opinión, no va ya de izquierdas o derechas. En un lugar donde todo viene marcado por los afines al régimen no puede haber tal posibilidad de elección. Esto es cuestión de democracia, de valorar la soberanía del pueblo de manera absoluta y real, y de empoderar a la población para que pueda tomar decisiones en base al conocimiento de hechos y datos reales. No de datos manipulados.
Queda superada ahora la dicotomía entre izquierda o derecha. El discurso es falaz si se usa en esos términos. Es momento de hablar de la diferencia entre ser súbdito o ciudadano. Ese es el reto. Y está claro: o nos unimos como ciudadanos o nos comerán como súbditos.