Escribir para publicar es mirarse al espejo con testigos. Por eso resulta tan socorrido refugiarse bajo el cielo protector de las evidencias aunque, solo si las sometemos a la duda, podremos descubrir, por ejemplo, las opciones que se abren ante la única movida con potencia suficiente para cambiar España, incluida su geografía. Al finalizar el recorrido, el texto/conclusión que titula esto se ha impuesto a cualquier otra propuesta.
Primera evidencia. Convertir Catalunya en un estado independiente es un objetivo buscado sin pausa por un porcentaje variable, pero siempre significativo, de sus habitantes a lo largo de muchas generaciones.
El comentario. A pesar de tanta historia, España solo ha evolucionado desde lo de «bombardear Barcelona cada medio siglo», de Espartero, hasta la fuerza pública aporreando votantes o una Junta Electoral prohibiendo determinadas palabras en TV3. Y no podemos descartar el regreso a un pasado peor en un futuro no lejano.
Segunda.El independentismo es un movimiento social de carácter transversal en el que coinciden personas de todas las clases sociales, sectores profesionales, lugares de procedencia y tendencias políticas, siempre excluyendo la violencia.
Salvando las distancias, tiene sentido que la insumisión contra la antigua «mili» regrese a la memoria. Aquella también fue una rebeldía de miles de jóvenes de todos los colores contra una ley en vigor, pero que nadie osa criticar. ¿Quizás porque no se puso en cuestión la unidad de España? Por tanto, aquí tenemos un problema muy serio, provocado por los que solo conciben imponer la convivencia.
Tercera. Durante la primera década del presente siglo se aprobó un nuevo Estatut con todas las de la ley. Incluso la Generalitat se implicó al máximo, convocando un referéndum al que los principales partidos acudieron a las urnas con posiciones políticas enfrentadas.
Quizás desde «Madrid» no se valora el mérito de los periféricos que se obligan a lo que firman. Tanto tiempo los líderes catalanes dedicados a actualizar el encaje de Catalunya para que después lo anulen unos jueces, sean los que sean, quedando incluso por encima del Congreso de los Diputados. Eso es más de lo que cualquier persona, aunque se dedique a la política, puede soportar sin sentirse humillada.
Cuarta. También es una evidencia que la sentencia del TC que anuló el Estatut en 2010 provocó una importante frustración política y social en Catalunya.
Otra cosa es que a «Madrid» le importen un bledo las decepciones sociales que duelen en las afueras. En aquel momento, solo una reacción política inmediata por parte del gobierno central, convocando a una nueva negociación que incluso pusiera sobre la mesa una reforma limitada de la Constitución, hubiera enviado una señal para canalizar un conflicto de cuyo calentamiento creciente informaban las Diadas de cada 11 de septiembre con la precisión del termómetro.
Quinta. Solo en Catalunya se habla de «república» con normalidad, otra evidencia, y por poco la Junta Electoral no ha prohibido también esa palabra en los informativos de los medios públicos.
La distancia sideral entre la sociedad española y la catalana es que ésta rechaza la Monarquía en porcentajes cercanos al 80% según el CEO, o CIS catalán. La otra distancia, no menor, entre los políticos que gobiernan Catalunya y los que gobiernan el Estado es que éstos ni siquiera se atreven a que el CIS pregunte la valoración que merece la Monarquía.
Sexta. Las tensiones internas son constantes en el seno del independentismo, especialmente entre los herederos de la antigua CDC. La última quiebra, protagonizada por Pascal y Campuzano, entre el indisimulado regocijo de los medios españolistas. Como cada vez.
En cambio, si se cumplen las encuestas que dicen que el independentismo mantiene intacto su apoyo electoral, lo que sí se romperá será una de las reglas de oro del comportamiento electoral: la que dice que los votos huyen de los partidos políticos que sufren conflictos internos.
Séptima. También existe un consenso general sobre la ventaja que acumula el independentismo en la batalla del relato a nivel internacional.
Es imposible imaginar el trabajo de divulgación exterior del independentismo si Puigdemont y el resto de exiliados se hubieran entregado. Los sonoros fracasos de la Justicia española con las euroórdenes y la detención en Alemania, con su posterior puesta en libertad, han aportado, a los ojos de todo el mundo, las evidencias que demuestran que España es un riesgo permanente de conflicto.
Concluyendo.
El independentismo catalán es indestructible y se alimenta diariamente con el extra de la amenaza y la represión practicadas desde el Estado español.
Al mismo tiempo, ningún partido político de ámbito estatal puede asumir el menor retroceso en la defensa del actual estado de cosas. Incluso si la derecha perdiera capacidad de bloqueo de la reforma constitucional y el PSOE se atreviera a liderarla, no sería fácil que su alcance pudiera satisfacer al independentismo.
La única salida rápida, digna y tranquila al bloqueo político que vivimos depende de Felipe VI. Debe entregar al gobierno las llaves de La Zarzuela y renunciar al trono definitivamente para abrir paso a una república federal. Lo hizo su bisabuelo Alfonso XIII y el riesgo actual de inestabilidad permanente que implica la continuidad de la monarquía no es menor que el que existía en abril de 1931.