viernes, 22 de noviembre del 2024

¿Usted vio lanzamiento de objetos, sí o no?

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Escuché la respuesta y solo pude sentir lástima por el testigo que acababa de responder al juez Marchena. Un minuto y veintisiete segundos antes era el abogado Pina quien hacía las preguntas en el juicio contra los líderes independentistas:

Abogado Pina: «Cuando usted ha calificado, a preguntas de la excelentísima señora fiscal, la actitud de los ciudadanos en el colegio como muy agresiva, ¿en que se traducía esa mucha agresividad?»

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Policía testigo: «Pues estaban agitados, con lanzamiento de objetos…»

Abogado Pina: «Lanzamiento de objetos, ¿qué objetos lanzaban?»

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Policía testigo: «Pues no puede ver ninguno, pero…»

Abogado Pina: «Lo acaba de decir usted.»

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Policía testigo: «Sí, lanzamiento de objetos, serían piedras…»

Abogado Pina: «No, ‘serían’ no sirve. Es si se lanzaron o no se lanzaron.»

Policía testigo: «…sí, yo le estoy diciendo que eran objetos, no sé lo que eran…»

Abogado Pina: «Yo le estoy preguntando lo que usted vio.»

Policía testigo: «Sí, sí, yo le estoy diciendo que vi objetos, no sé lo que eran… que daban en los escudos y en los cascos de los compañeros.»

Abogado Pina: «¿Usted no vio que hubiera lanzamientos? Es que no me aclaro.»

Policía testigo: «Sí que había lanzamientos, pero si me pregunta usted específicamente lo que eran, si eran piedras o…»

En este momento es cuando el juez interviene y, poniendo voz de presidente de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, le pregunta al policía testigo: «¿Usted vio lanzamiento de objetos, sí o no?»

Policía testigo: «No».

Abogado Pina: «No hay más preguntas, señoría.»

Marchena interrumpió el interrogatorio porque para salvar al policía de la tortura de las preguntas no le quedaba más remedio que arriesgarse a dejarlo como un embustero.

El abogado también debió sentir pena por la persona y no pidió al juez que se invalidara toda su declaración, ni que se investigara el falso testimonio que se acababa de evidenciar a la vista de todos.

Hoy es 11 de abril de 2019, pero hace casi cincuenta años aún no había cumplido los veinte y estudiaba en la Universidad Complutense.

Las dos aulas de primer curso estaban separadas del edificio principal y sus paredes cristaleras nos enseñaban el jardín breve de la Facultad, ubicada junto a la autopista de La Coruña, cerca del Palacio de La Moncloa. 

El profesor de turno exponía su asignatura, pero tampoco él podía evitar miradas furtivas hacia el exterior, donde había árboles, césped y el edificio principal. Pero lo que dispersaba su atención eran los paseos vigilantes de los «grises», los mismos policías de hoy, pero con otro color en el uniforme.

Estaban instalados, con sus microbuses, en grupos dispersos por las distintas facultades del campus para así disolver manifestaciones con mayor facilidad y, en ocasiones, incluso asambleas de alumnos en el interior de las aulas, donde cada cierto tiempo entraban a lo bestia, actuando contra la libertad de expresión exactamente igual que los que aparecen en los vídeos que Marchena se niega ahora a proyectar, en contra de lo que necesitan y reclaman los abogados para poder separar en tiempo real las verdades de las mentiras.

En 1970, y gracias al tiempo libre para pensar durante los largos silencios en las celdas del sótano que sucedían a las palizas y torturas aplicadas en aquella Dirección General de Seguridad que gobernaba España con el ‘todo vale’ de las fuerzas represivas, uno de los alumnos interrogados consiguió descubrir que la Brigada Político Social había infiltrado a un tal Sánchez en nuestro curso. Era uno de sus policías, a quien habían matriculado como si fuera un alumno más.

A pesar de lo cerca que estábamos en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, ellos con sus porras, no recuerdo la cara de ningún policía gris de aquellos y hoy, a pesar de tanta democracia, no me queda más remedio que imaginar las caras de los policías y guardias civiles que están declarando en este juicio. Para conseguirlo, debo interpretar los gestos de fiscales, jueces y abogados cuando los interrogados responden a las preguntas que sufren en el juicio más importante de nuestra historia.

Sí recuerdo, en cambio, que no sentía personalmente nada hacia aquellas personas que intentaban y conseguían golpearnos cuando, junto con otros compañeros, pasábamos de solo pensar en la intimidad a realizar algo que no estaba consentido por la ley, por mucho que no tuviera consecuencias de ninguna clase y a pesar de que en muchas ocasiones los jueces, hartos, quitaran la razón a la policía.

Me dan pena los testigos declarantes, que acuden acobardados a decir mentiras cumpliendo órdenes superiores o afectados por la presión de su ambiente «laboral» inmediato.

Los cobardes, en cambio, a quienes no puedo perdonar, son los Rajoy, Soraya, Zoido, Pérez de los Cobos y tantos otros, que enviaron a todos esos números a actuar contra personas que solo ofrecían la resistencia de su propio cuerpo para poder incumplir una sentencia exclusivamente política.

No existe nadie en España que sea capaz de acabar con el esperpento que significa este juicio, condenado a figurar en nuestra historia como un momento decisivo en el camino hacia la derrota colectiva.

Ni siquiera el color de sus uniformes actuales me parece hoy tan diferente al gris franquista como me lo parecía en los años ochenta del siglo pasado. Quizás fue el único cambio que se aplicó en aquel cuerpo de policía, y tras tanto tiempo se ha descolorido.

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