viernes, 22 de noviembre del 2024

Manadas echadas al monte

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Sonia Vivas
Sonia Vivas
Nació en Barcelona en el año 1978. Hija de una familia de emigrantes extremeños. Estudió pedagogía y educación social. Policía vocacional. Cursó master en ciencias forenses y se especializó en derechos contra las libertades fundamentales liderando el servicio de delitos de odio y gestión de la diversidad pionero en Baleares. Residente en Palma de Mallorca. Entiende la seguridad pública como un servicio público con el ciudadano en el centro y en comunión con los derechos humanos. Mujer, feminista, lesbiana, catalana y de izquierdas.
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Desde que saltase a la luz el famoso caso de la violación en Manada de San Fermines han corrido ríos de tinta al respecto.

La respuesta del movimiento feminista a lo que entiende la calle como violación y que está en contradicción lógica con lo que el código penal considera como tal, fue tan contundente que logró poner sobre la mesa una cuestión conocida pero silenciada hasta la fecha. No es abuso, es violación, gritábamos y con razón.

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Esa cuestión en sí, habla de lo que de verdad se esconde detrás de las agresiones sexuales a mujeres, que, en el fondo, nada tiene que ver con el deseo, sino con otros factores que están detrás de la socialización patriarcal en la que se educa al varón. O lo que es lo mismo, un sistema de creencias que edifica las identidades de los hombres.

La obtención de placer mediante el sometimiento y el ejercicio del poder en la práctica sexual en grupo, coloca en el debate público la forma de operar de una identidad masculina hegemónica que hiere y doblega para satisfacer sus ansias de vernos postradas y sumisas. Una identidad Alfa que disfruta sabiéndose capaz de hacer su voluntad y que obtiene placer justamente en eso, en ejercer el poder que le otorga la fuerza bruta.

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Geoviolencia sexual se dedica a recabar datos al respecto y alumbra cifras concretas que nos dicen que en lo que llevamos de año ya se han registrado 14 agresiones sexuales múltiples, y que desde el año 2016 se han documentado un total de104 casos.

Estos datos pueden contrastarse en la documentación que figura desglosada en informes detallados por la plataforma de Twitter feminicidio.net, espacio virtual de referencia nacional e internacional en estos temas.

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Teniendo en cuenta que sólo se denuncia un diez por ciento de lo que sucede, el problema se me antoja enorme.

Estamos, por tanto, ante la punta de un gigantesco iceberg de silencio y violencia selectiva hacia las mujeres por el hecho de serlo, que nos coloca en vulnerabilidad social y ante un peligro claro de sufrir un ataque en cualquier momento, traduciéndose eso, en miedo.

Los datos cuentan que hubo al menos 356 agresores sexuales y que 87 de ellos eran menores de edad cuando perpetraron las agresiones, es decir, uno de cada cuatro, lo que indica que de manera transversal existe un problema con la educación afectivo- sexual de nuestros chavales.

La formación sexual y afectiva en las escuelas no existe y no ha habido planes de estudio que priorizaran eso, por lo que ésta se lleva a cabo a través del visionado de porno hegemónico en portales de internet.

La relación entre la pornografía y las violaciones grupales es directa ya que los datos nos muestran que se pornificaron el 13,5% de las violaciones, lo que significa que parte importante de ellas se cometieron para grabar o fotografiar la agresión.

En esta pornificación entra en juego la fantasía del varón por ser el protagonista de su propia película pornográfica, de ahí la importancia de una formación adecuada a edades tempranas y sobre todo en la adolescencia, etapa en la que los mitos sobre la sexualidad más toxica se consolidan.

Más de la mitad de las agresiones sexuales múltiples registradas en 2018 fueron perpetradas por grupos de dos o tres varones (54,8%) y tres de cada cuatro, por grupos de hasta cuatro varones (75%), lo que se traduce en que en la mayoría de los casos suelen ser más de dos hombres los que deciden violar de manera conjunta. Esta suma de fuerzas deja a la víctima con pocas o nulas posibilidades de resistirse a tales agresiones, que en muchos casos acaban tipificadas como abusos por esa no-resistencia de la mujer. Toda una contradicción vergonzante de nuestro código penal.

De las 111 víctimas registradas, una de cada tres era menores de edad y más de la mitad fueron perpetradas de madrugada, por lo que el miedo manifiesto aumenta cada vez que se conoce un caso nuevo. Podemos ser cualquiera nos decimos a nosotras mismas.

En nuestro país drogar y violar a una mujer trae premio, porque no se considera violación sino abuso, siendo que la premeditación de colocar a la mujer en una situación de no poder defenderse debido a la somnolencia de la sustancia suministrada al descuido por el agresor, cambia el tipo penal y no es un agravante como debiera ser.

Drogar y violar sale más barato que tuitear o cantar un rock cagándose en un Borbón, en un político diestro o en un Jefe de Estado soberbio.

Violadores echaos al monte porque para la Justicia todo el campo es orégano.

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