La naturaleza sobrehumana del mejor jugador de la historia
Opinión publicada en catalán en La República Esportiva
El 17 de noviembre de 2003, el día después de un partido en el que se inauguraba el estadio consagrado a la fuerza de los dragones, se abrió por vez primera un grifo de adjetivos que desde entonces no ha parado de fluir. Al principio solo era un fino hilo de calificativos poco comprometidos, como “joven” o “figura precoz”, pero con el paso de los años se convirtió en un grueso reguero de términos capaz de llenar pantanos, hasta hacerlos desbordar con hectólitros de admiración y sorpresa a partes iguales. Más de tres lustros después, la adjetivación de Lionel Messi se ha convertido en un género literario que está llevando al límite a los cronistas que se afanan por relatar sus proezas. Columnas de opinión escritas por referentes nacionales de las letras donde solo hay calificativos, concursos entre seguidores para encontrar el término adecuado e, incluso, creación de neologismos alrededor de este hombre bajito. Todo en Messi es excesivo, excepto él mismo.
Porque Messi es un trencadís[1] obra de Víctor Frankenstein, construido con fragmentos de nuestros sueños, la plasmación de los deseos de infancia y adolescencia, la sublimación de genialidades inventadas por nuestras mentes que multitud de futbolistas anteriores no fueron capaces de ejecutar. Por todas estas razones Messi es un tulpa, concepto de la mística oriental que define un ser creado mediante un trabajo mental y espiritual, y que alcanza a tener corporeidad. Es una configuración mágica fruto de un pensamiento concentrado que, una vez tiene suficiente vitalidad, se libera de su creador y desarrolla una mente propia. He aquí un concepto clave compartido per tibetanos, teósofos y ocultistas.
El universo, como campo continuo de conciencia, habilita la existencia de tulpas porque mente y materia son la misma sustancia. La idiosincracia occidental que nos rodea -y a menudo nos ahoga- funciona en una frecuencia diferente de la budista y per eso es incapaz de comprender estas realidades. Pero Messi existe y es el resultado de un sueño colectivo. Más veloz que el pensamiento y más hábil que un orfebre florentino, aparece per todos los rincones del campo mostrándonos el entrelazamiento cuántico que lo une a la pelota, un pedazo de cuero que siempre se comporta como el prevé, aunque los separen un buen puñado de metros.
La misma mentalidad occidental que, ya sea por petulancia, por ignorancia o por simple ingenuidad, a menudo actúa de kriptonita contra la magia del universo, acabará por claudicar ante las pruebas de la categoría sobrehumana de este prodigio que es de todos, pero no es de ningún lugar. ¿Cómo justificar si no las reminiscencias mesiánicas de su apellido? ¿Cómo esconder que se ha hecho sólido en el territorio donde la lengua local casi iguala el diez -aquel guarismo que indica perfección y que llena el espacio entre el nueve y el once- con Dios, o sea, la divinidad[2]? ¿Cómo ignorar que su nacimiento coincidió con un solsticio, génesis de los dioses paganos y año nuevo del pueblo autóctono argentino? Al otro lado del espejo, o sea, en el hemisferio norte donde él ha crecido, sus cumpleaños coinciden con el solsticio de verano, la gran fiesta pagana e inmemorial del país que lo ha acogido. La cristianización de la fecha, lejos de enterrar el significado original, también nos habla y refuerza el mito: la fiesta está consagrada a Juan el bautista, precursor del mesías que anuncia una nueva fe[3].
Aquel 24 de junio de 1987 no solo era el cuarenta aniversario de la tarde de gloria de Kenneth Arnold -que, a su manera, cambió el mundo- sino que también era la efeméride de la muerte de Carlos Gardel y del nacimiento de Juan Manuel Fangio, dos mitos gigantescos de la cultura popular argentina con trayectorias profesionales que encajan cronológicamente como piezas de un rompecabezas. Y claro, también el fútbol: una venida al mundo 360 días exactos después de la victoria de la Argentina de Maradona en el Campeonato del Mundial de México’86. Una cifra que dice mucho. Trescientos sesenta días como trescientos sesenta grados. La circunferencia. La perfección. La totalidad. La visión periférica absoluta.
Para llegar a ser sobrehumano primero es preciso demostrar que se es capaz de replicar las obres más sublimes de los humanos, y por ello se empleó a fondo con el fin de escenificar el mejor gol de la historia del fútbol, aquel de Maradona ante Inglaterra. La satisfacción del deber cumplido, y si es con diecinueve años, mejor que mejor. El guiño llegó mes y medio más tarde, cuando decidió repetir el “otro” gol histórico de Maradona contra los ingleses, aquel marcado con la mano que colocó el uno a cero en el luminoso. Este pequeño fabricante de jugadas inverosímiles que siempre habíamos soñado disfrutar, pero que nunca habíamos visto también ha encontrado la ocasión de homenajear al genial John Forbes Nash y a su teoría de juegos, porque, ¿qué son si no aquellos tiros libres directos que han acabado con un hombre estirado en el césped, detrás de la barrera? El dominio absoluto del pensamiento estratégico: como esperas que yo haga A, sé que tú harás B, por lo tanto, no haré A y te habré vencido.
Por
todo esto y por todo lo que vendrá, Messi es un tulpa. Hoy, 24 de junio de 2019
es el treinta y dos cumpleaños de Lionel Andrés Messi. Felicidades.
[1] Tipo de aplicación ornamental del mosaico a partir de fragmentos cerámicos unidos con argamasa popularizado por el arquitecto Antoni Gaudí.
[2] En lengua catalana, los vocablos “diez” y “dios” son casi idénticos, ya que solo les separa una leve diferencia fonética (“deu” y “déu”, respectivamente).
[3] La fiesta de San Juan, coincidente con el solsticio de verano, es de las más importantes en el calendario catalán y se celebra la noche del 23 de junio, mientras que el 24 es festivo.
