Así como el verano avanza camino del ocaso, con noches de agosto en las que ya no es necesario mover el aire de la habitación para no empapar la almohada, va subiendo, por el contrario, el calentamiento en muchas lenguas que hasta se atragantan reclamando un pacto de gobierno 123 + 43 a favor, una suma siempre mayor que la de 66 + 57 + 24 + 2 en contra.
Sea cual sea el apellido que le pongan al pacto, con tal de que se aleje el riesgo de infarto de otras urnas generales.
La derecha, mientras tanto, calla un poco más cada día, consciente de que lo mejor es dejar que los confundidos caven su propia tumba. Se limitan a destacar todo aquello que pueda socavar la confianza de los indecisos de la izquierda ante la posibilidad, cada vez más deseada, de elecciones en noviembre.
Y como aún no resulta oportuno reclamar otra fiesta de la democracia, ponen su ilusión en boca de los siempre influyentes empresarios, siendo habitual en los medios la siguiente secuencia de noticias y opiniones:
- 1. La CEOE no quiere a Podemos en el Gobierno.
- 2. PP y Ciudadanos no quieren ni abstenerse ante Sánchez, de lo que los empresarios no se consideran responsables.
- 3. Conclusión: las elecciones en noviembre son inevitables.
Es evidente que, si quisieran, los empresarios podrían presionar a favor de la abstención del PP o Ciudadanos con la misma intensidad que lo hacen contra Podemos. Y con mayor eficacia.
Por si no se les ocurre la manera, les propongo una: llamen discretamente a Casado y a los otros dos para anunciarles que, si no dejan gobernar a “la lista más votada”, colaborarán con la Justicia llevando al fiscal ciertas comisiones a terceros cuyas identidades han ocultado a la Agencia Tributaria.
A nadie le cabe la menor duda de que las incursiones del empresariado en política tienen una importancia decisiva en la historia de cualquier país, y en el nuestro entre los que más.
No es necesario retroceder al dinero que el financiero mallorquín Joan March prestó al asesino y militar gallego Francisco Franco, riesgo económico que solo podía estar avalado con la expectativa del mayor número posible de crímenes que debían quedar sin castigo. Obligados pues, quizás no fuera vicio, el “generalísimo” y sus secuaces se volcaron tras el 18 de julio de 1936 para pagar la deuda contraída.
“Solo son negocios, amigo”. ¿Le suena?
Porque, a fin de cuentas, “la guerra solo es la política por otros medios”.
Hay suficientes ejemplos, durante la aún vigente monarquía, que certifican, incluida alguna sentencia, las injerencias empresariales en las campañas electorales, especialmente con la financiación continuada e ilegal de los dos partidos que, protagonistas y beneficiarios del bipartidismo, han cumplido también su parte del “contrato” garantizando contrapartidas a sus benefactores y, sobre todo, blindando la forma de Estado que ha servido para mantener, tanto en el consciente como en el subconsciente de la sociedad, el pavor absoluto al regreso de la represión como forma de gobernar, incluso aunque no le quiten el disfraz nominal de “democracia”.
Nadie como los grandes empresarios se han beneficiado tanto de la Monarquía restaurada y designada por el asesino antes nombrado.
El fichaje de Vilasánchez por Riad es el último ejemplo, pero solo uno más de cómo, desde siempre, los grandes empresarios se cobran con toda clase de contrapartidas los negocios que firman con los gobiernos. Y también los que ocultan.
Hoy mismo, InfoLibre nos cuenta que, precisamente, “Defensa es el ministerio que más contratos oculta al Tribunal de Cuentas”.
Vilasánchez fue presidente de Navantia hasta 2018 y firmó, con alguien tan poco sospechoso de ser inocente en el descuartizamiento del periodista Khashoggi como Bin Salman, la venta de cinco corbetas a Arabia Saudí.
Y como no pensar, siempre que hablamos de poderosos de Oriente Medio que gobiernan con puño de hierro sobre millones de personas, en las buenas relaciones que mantienen con elementos como Juan Carlos I y Felipe VI. Mucho más inconfesables de lo que podría requerir hasta la diplomacia más oscura.
De lo contrario, que levanten ciertas inmunidades personales que protegen tanto a los borbones decrépitos como protegieron al asesino que de nuevo citamos. Solo han cambiado los mecanismos del blindaje.
Volviendo, para terminar, a la secuencia de noticias y opiniones, por respeto a lo de llamar a las cosas por su nombre parecería mucho más correcto que, en un imaginario punto 4, los empresarios se atrevan a dar el paso y reivindiquen para ellos el derecho exclusivo a nombrar los gobiernos.
Se podrían mantener las urnas como si fueran encuestas, pues ya los periódicos y las televisiones de esos mismos empresarios presentan sus muestreos, también llamados demoscopia, como si fueran elecciones.
Cada día que pasa aumenta la sensación de que las apariencias se parecen menos a la verdad que dicen que nos están contando.