El 23 de marzo de 1983, en un mensaje transmitido por la red nacional de televisión de los EE.UU., el Presidente Ronald Reagan anunció su Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), la cual fue inmediatamente estigmatizada por la prensa norteamericana con el mote de «Star Wars» o «Guerra de las Galaxias» en España.
La Guerra de las Galaxias era el proyecto tecnológico más ambicioso de todos los tiempos. Sus objetivos son “hacer las armas nucleares -soviéticas- impotentes y obsoletas”. Sus metas son desarrollar e implementar un sistema anticoheteril para destruir misiles -soviéticos- inmediatamente después de su lanzamiento, y dos sistemas de interceptores de proyectiles: uno para actuar a distancias de miles de kilómetros cuando el cohete o las bombas siguen trayectorias más o menos identificables, y otro para operar justo por encima de ciudades sometidas a un ataque nuclear, cuando las ojivas agresoras y centenares de señuelos fueran cayendo a una velocidad de 8000 metros por segundo.
Hace solo unos meses que el presidente de EE UU, Donald Trump, prometió resucitar a Star Wars. No la película de George Lucas sino el viejo proyecto antimisiles de Ronald Reagan, remozado para las necesidades estratégicas del nuevo siglo. Y hoy tocaba presentar su prólogo, el llamado ‘Comando Espacial’, a cuyo mando estará el general John Raymond, aprobado por el Senado el pasado mes de junio.
Es una iniciativa del Pentágono, firmemente pilotada por el vicepresidente, Mike Pence, en el convencimiento de que EE UU necesita apostar por extender su poderío militar hasta el espacio. O, en un primer momento, hasta las capas exteriores de la atmósfera.
Conviene aclarar que si bien el Comando Espacial controlaría la información de los satélites y, por supuesto, alertaría de un ataque nuclear de Rusia o China, su papel es muy distinto al de una hipotética una Fuerza Espacial. Esa sí, cumpliría como una rama del ejército plenamente consolidada, junto a la Fuerza Aérea, los Marines, la Armada y etc.
El problema esencial de esta Fuerza, claro, es presupuestario. El Congreso ha calculado que la inversión inicial rondaría los 5.000 millones de dólares anuales, más de 13.000 millones durante los primeros los cinco años. Un presupuesto colosal, que nadie sabe si el país está en condiciones de afrontar; menos todavía con unas elecciones a la Casa Blanca en 2020 bajo el temor de una guerra comercial con Pekín.
El Comando Espacial, que fue una suerte de departamento extinguido hace casi veinte años, vuelve en cualquier caso para relanzar la conversación sobre el espacio. En opinión de Trump, una vía para relanzar la NASA, la otrora icónica agencia, bastante mermada en capacidades y proyectos desde hace tiempo.
La creciente amenaza atómica, ahora que caen los viejos tratados de no proliferación firmados por EE UU y la URSS, reforzaría la necesidad del escudo. Según Mark Esper, secretario de Defensa, para «garantizar la protección de los intereses de Estados Unidos en el espacio, debemos aplicar el enfoque, la energía y los recursos necesarios. Como comando de combate unificado, el Comando Espacial de los Estados Unidos es el siguiente paso crucial hacia la creación de una Fuerza Espacial independiente como un servicio armado adicional«.
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Tras años de duras críticas por parte de destacados científicos norteamericanos no pertenecientes al gobierno, pero también tras torrentes de dólares y una ofensiva diplomática sostenida, la IDE está más vigente que nunca: en la prensa occidental, en las negociaciones de Ginebra sobre desarme, en las cancillerías de los países de la OTAN desde Canadá hasta Turquía, entre los contratistas del Pentágono, y en la comunidad científica de los países occidentales, dentro de la cual predomina la noción de que la investigación científica de por sí no es ni mala ni buena y es independientemente del contexto dentro del cual se la lleva a cabo, relegando la ética del quehacer científico a una mera curiosidad. Ahora por fin ya está listo su primer Comando.