Once de la mañana y café de bar. Tres personas más. Dos hablan sin gritar en la barra y la otra, en una mesa inmediata, a lo suyo, con el móvil y en silencio. De repente, Rozalén se adueña del aire que escuchamos. Tres minutos y veinte segundos. Sigo leyendo y espero a que termine la canción. Finaliza, comienza la publicidad y me levanto. Voy hacia ellas y pido permiso para interrumpir: «Una pregunta, ¿sabéis que canción acaba de sonar?» Ninguna de las tres consigue recordar. «Acabamos de oír ‘La puerta violeta’, probablemente la canción que salvará más vidas en España», les digo. Se sorprenden por mi afirmación, pero también por no haberse dado cuenta, pues la conocían. Acto seguido me asalta la duda. ¿Cuántas veces tiene que repetirse una poesía bella, envuelta en música y tan emotiva que algunos les pone la piel de gallina, para que la reconozcan quienes ya la han escuchado antes? ¿Tantas como esos anuncios que nos graban en el subconsciente para que cuando tropezamos con los productos que anuncian los elijamos sin saber por qué?
En el Youtube de la canción hay más de dos mil comentarios, y muchos los firman personas que nos cuentan que dibujaron la puerta violeta hace tiempo y de esa manera huyeron del peligro. Esta canción se merece que las autoridades educativas se impliquen y, al igual que han hecho estos chavales, , puedan convertirla en un arma de paz con la que muchas acosadas se liberen de los monstruos grises que las tienen rodeadas, o los domestiquen, si es que fuera verdad aquello de que la música amansa incluso a las peores fieras.