Una virtud que tienen los conflictos cuando los contendientes renuncian a emplear la ley del más cruel para resolverlos es que, en ocasiones, hay terceras partes que pueden conseguir ganancias no previstas. Se trata de colectivos inocentes, por no ser actores principales, a los les da lo mismo el resultado último del litigio o, dicho sin ofender, resulta objetivamente imposible saber si saldrán ganando con la victoria de A, con la de B, o con la derrota de ambas partes porque, al menos en España, parece que lo de buscar soluciones win-win está prohibido, todo por culpa de nuestro bajo nivel de inglés, quizás.
Algo muy distinto es lo que ocurre con los conflictos que terminan en guerras, donde la verdad no es la única víctima que paga las consecuencias.
Para justificar el título al que nos hemos atrevido, diremos que nace de dos noticias y de una duda para la que buscamos respuesta.
¿Será la frustración por no poder disfrutar de guerras con muertos lo que está estimulando la proliferación planificada de fakes, bulos, falsedades y mentiras en general, que lo que en realidad persiguen es derrotar, también en tiempos de paz, al gran peligro para los malvados que siempre ha sido, es y será la verdad?
Vayamos con un caso de los que juegan con las cosas de comer.
El día 12/12/2019, a las 12:46 horas, La Vanguardia publicó una noticia con el siguiente titular: “La Generalitat propone un salario mínimo catalán de 1.239,50.- €”, ampliando en la letra pequeña que “Para la Generalitat, es una cantidad más ajustada al coste de vida en tierras catalanas”.
Menos de un día y medio después, el 13 de diciembre a las 22:10 horas, El País publicó una noticia titulada con “Sánchez prevé subir el salario mínimo por encima de 1.000,00.- € al final de la legislatura”. En el texto se añade que “Sobre la mesa está la demanda de la formación de Pablo Iglesias de elevar el suelo legal de los salarios hasta los 1.200 euros”.
El SMI actual es de 900.- € mensuales e inició su vigencia el día 01/01/2019, es decir, no ha pasado ni un año.
Aunque resulta increíble, el periodista Manuel V. Gómez, de El País, no hace ni una sola mención, en las 1.037 palabras de su artículo, a la propuesta de la Generalitat sobre el mismo asunto del SMI, pero en Catalunya, a pesar de que la relación entre ambas informaciones no puede ser una casualidad.
Concediendo a las dos noticias la misma credibilidad, pues no sabemos nada que nos permita dudar de sus veracidades, se nos ocurre que:
Primero. Es evidente que los políticos catalanes trabajan con precisión sus decisiones, pues las ajustan hasta el céntimo, mientras los españoles improvisan: “por encima de mil euros”.
Segunda. Toda vez que la Generalitat no tiene competencias para establecer el SMI se puede entender, e incluso comprender, que la noticia de La Vanguardia tenga, también, la intención del independentismo de abrir un nuevo frente ganador contra el Estado. Normal. Ya sabemos que si les dejaran decidir su futuro este SMI catalán estaría en su programa, y si los partidarios de la permanencia en España salen derrotados, bien merecido, por no pactar un referéndum cuando la demanda independentista no estaba tan madura.
Tercera. Es casi imposible que el tema del SMI “español” haya salido espontáneamente del dúo Sánchez/Iglesias, por varios motivos. En primer lugar, porque leen los periódicos y lo de Catalunya apareció primero. Además, no hay elecciones generales a la vista que les sirvan para capitalizar el anuncio. Y, por último, inmerso Sánchez en una investidura aún abierta a la recepción de abstenciones de derechas, al candidato le resultan muy poco convenientes los excesos verbales, salvo que esté pensando en culpabilizar a los de ERC de causar un perjuicio a los trabajadores, también los catalanes, si no le apoyan en el Congreso.
Si este micro lío del SMI toma forma más allá de la coyuntura presente, se abrirá un amplio debate en el que habrá que entrar de nuevo. Mientras tanto, terminaremos por hoy con una nueva reflexión de las que nos inquietan.
Ahora que el PSOE ha descubierto que lo de Catalunya es un conflicto político pero los del PP lo niegan, reduciéndolo a la existencia de “políticos conflictivos”, conviene recordar que no hay progreso sin conflicto, que conflicto es crisis y que la crisis, tal como dijo Gramsci, es ese momento en el que “lo nuevo no acaba de nacer porque lo viejo no acaba de morir”, o viceversa.
Y hablando de “progreso”, si preguntáramos a un millón de personas como calificarían lo de subir el SMI de 900 a 1.200.- € es muy probable que la gran mayoría diría que significa “progreso”.
De nuevo se confirma, esta vez con el tema del SMI, que la derecha española niega, por sistema, conflictos tan eternos y grandes como el Dinosaurio de Monterroso. Ante tanta tozudez, no nos queda más remedio que volver al mar de dudas.
¿Niegan el PP y el resto de las derechas españolas la existencia de conflictos a resolver en son de paz, porque de esa manera lo que en realidad consiguen es ocultar su rechazo a todo progreso?
Es más, ¿se niegan a reconocer y resolver pacíficamente los conflictos porque prefieren que se pudran, importándoles menos que terminen en violencia?
Y la última duda, más general, nos propone la pregunta sobre la expectativa de progreso, para ambas partes, que pueda estar anunciando el conflicto con el independentismo, aunque no creo que haya nadie en este país dispuesto a formularse esta pregunta.
En cualquier caso, si las derechas no se salen con la suya sobre Catalunya y el conflicto entra en cualquier vía de solución, incluso más pacífica que lo visto y sufrido hasta la fecha, existe la posibilidad de que millones de trabajadores salgan ganando de este lío.