martes, 26 de noviembre del 2024

Jordi Pujol y Fulgencio Coll en cierta prensa

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Relleno los crucigramas de El Mundo, “Cajita, cofrecito” respuesta “Caja”, ejem, y después conservo la doble página porque también suelen estar las editoriales. Y las releo días después porque vivimos una época en la que las noticias se suceden a tal velocidad que, aunque pase el tiempo, no envejecen.

Hoy me han tocado los pasatiempos de la pasada Nochebuena y, de las dos editoriales, la más breve se titula “La incomprensible impunidad de Pujol” donde se sospecha sobre lo mucho que se tardó en investigar un fraude de casi 900.000 € que Hacienda considera prescrito.

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Comienza por sorprender la “no comprensión” de un hecho tan evidente, pues, entre otras cosas, el mismo Pujol ha advertido que no le molesten por encima de sus posibilidades, las de los acusadores, por supuesto. Y, además porque, por poner un ejemplo, el del texto de al lado, aunque hay miles, el título de la otra editorial del mismo día era un tajante “El eufemismo de la infamia”, en el que, entre otras cosas, se afirmaba: “Que la dignidad de la Abogacía del Estado se haya convertido en moneda de cambio del mercadeo clandestino entre PSOE y ERC es intolerable”.

¿Acaso había conseguido El Mundo que alguno de esos abogados confesara, por escrito, que ha defendido argumentos jurídicos que no comparte?

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Me costaría mucho, pero leería ese periódico con más interés si en junio de 2017, por ejemplo, hubiera pedido en su editorial, y sin contemplaciones, las dimisiones irrevocables de todos los miembros del Tribunal Constitucional por haber tardado 5 años en sentenciar, ¡¡y además fue por unanimidad!!, contra la amnistía fiscal de Montoro de 2012. Con aquella demora, tan consciente como falsa por la unanimidad que obtuvo, los miembros del Tribunal Constitucional consiguieron que quedara aún más impune un fraude al Estado de miles de millones de €, incomparable con el de Pujol tanto en número de defraudadores como en dinero defraudado.

A este manejo calculado y discrecional de los tiempos judiciales, que parece repetirse en los asuntos catalanes por parte del Constitucional y del Supremo, es, entre otros comportamientos sospechosos, a lo que muchos llaman “gobierno impune de los jueces” y, algunos, “golpe de estado judicial permanente”. Y para otros, como el Consejo de Europa, evidencias suficientes como para “sentenciar”, de manera inapelable, que España era el país con menos independencia judicial de los 21 que evaluó en el primer semestre de 2017. Y no creo que hayamos mejorado, pues aquel suspenso sin paliativos se nos aplicó antes de los excesos represivos y judiciales contra los independentistas.

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Y el editorialista de El Mundo lo tenía muy fácil para justificar la petición de dimisiones en el TC, aunque, por supuesto, no lo habría logrado, como tantas cosas que se piden desde los papeles: le hubiera bastado con leer en su propio periódico el artículo firmado por Marraco y Viaña el 8 de junio de 2017.

Mientras tanto, la duda sobre la impunidad de Pujol se aclarará, si es que se aclara alguna vez, en sus memorias, pero seguro que cuando se haya largado para siempre, pues lo normal es que ahora no tenga ganas: a la vejez, ni cámaras ni viruelas.

Ya me iba, pero doy la vuelta a la página y, en la 4 de la misma Nochebuena veo a Fulgencio Coll, el ex alto mando militar y hoy concejal de Vox en Palma, defenderse de sus propias palabras. Decía que hay que “frenar a Sánchez, pero niega ser golpista, como si “frenar” no necesitara siempre de un “golpe”, más o menos violento, al pedal del freno.

Al igual que con la editorial sobre Pujol de la página anterior, quizás mucha gente podría tener menos miedo ante personajes como Fulgencio Coll si en esa misma página le hubieran leído afirmar que Francisco Franco Bahamonde fue el mayor asesino de la historia de España, y que hay que resarcir a todas sus víctimas, y también recuperar el Pazo de Meirás y todo lo que robó desde una jefatura del Estado conseguida con una de las mayores violencias aplicadas jamás por un militar contra su propio pueblo.

Porque, a fin de cuentas, Fulgencio Coll podría negar ser golpista como muchos son capaces de negar cualquier evidencia. Como aquel criminal del 18 de julio juró en falso su lealtad a la Segunda República siempre que le convino.

¿Por qué debemos creerle a usted, señor Coll, si los que creyeron a Franco, en lugar de expulsarlo del Ejército al primer exceso, no pudieron evitar que después asesinara tanto? 

Y regresando a El Mundo, para terminar: ¿Podrían ustedes preguntar a los políticos del partido de Fulgencio Coll si condenan a Franco y al franquismo?

Que sea cada vez, por favor. Millones de personas se lo agradecerían a ese periódico, y a todos los demás, pues colaborar a la tranquilidad general es otra de las obligaciones de la prensa que disfruta de libertad.

En España, más que en ningún otro sitio, son imprescindibles paréntesis de preguntas directas que no admitan escapadas por los “cerros de Úbeda” de los políticos, en medio de las habituales opiniones que se venden como noticias y que tanto deforman la realidad.

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