Descartada la derrota de Catalunya, aunque muchos independentistas no lo sepan, procede analizar cómo se sustanciará el fracaso de un Estado donde hay tanto “deep” como en España.
Y también lo que deberemos hacer para evitar el peligroso hundimiento moral que siempre sigue a las derrotas colectivas, y más en un país como el nuestro, envenenado durante siglos de “morir o matar” y que, llegado el XX, aquellos que más y más cruelmente mandaban decidieron aplicar contra su propio pueblo para calmar la sed de sangre que antes resolvían con unas conquistas en el exterior que después no sabían gestionar.
Pero el reto planteado es largo y complicado y hoy solo podremos detenernos en algunos de los detalles más recientes de entre los que vienen anunciando la victoria de los independentistas catalanes en esta “guerra” que están librando sin ejército y en la que el miedo no ha cambiado de bando, porque ellos nunca lo sintieron.
Por eso están en la cárcel, contribuyendo desde allí, también, a cultivar otra clase de miedo, el de la debilidad que va carcomiendo poco a poco a un contrario que mantiene una situación injusta, y que en un momento no previsto habrá conseguido agarrotarlo, o incluso vaciarlo.
En una sola semana, la que ha cerrado el primer mes del 2020, hemos leído noticias que son la prueba indiscutible de que el miedo comienza a gobernar las decisiones de los actores principales de un Estado cuyo gobierno, para poder investirse, se vio obligado al valor de pedir el apoyo de los presos políticos encarcelados por ese mismo Estado. Al “valor”, o a un miedo cerval a las consecuencias de sus propios errores, los de PSOE y UP que, entre otros peligros, han logrado 52 escaños en el Congreso para un neo franquismo que, cada vez que puede, pide armas para todos o se filma manejándolas.
Y mientras también los independentistas catalanes y vascos mejoraban en escaños, la izquierda defensora de la unidad de España retrocedía y, por tanto, tenemos en el Gobierno de Coalición Progresista el miedo esencial como motor de la decisión imprescindible para conquistar La Moncloa.
El segundo miedo lo hemos detectado en las filas del PSOE al comprobar que la imagen del fracaso en cada espejo ha terminado triunfando. Han tenido que amanecer más de cuatrocientos despertares, pero, por fin, Susana Díaz ha reconocido su error personal al no apoyar a Pedro Sánchez contra aquella abstención que dejó gobernar al PP en 2016. Se lo cuento a los amigos y uno, nada sospechoso de estar de acuerdo conmigo, me dice que “Susana no está arrepentida, sino que rinde pleitesía a quien le puede garantizar el puesto en el atribulado PSA. Vamos, que le está haciendo la pelota”. Pero yo creo que, para pensar en los errores del pasado, nada como el mucho tiempo libre que le dejan todos los que ya no la buscan para hacerle a ella la pelota.
El caso es que la andaluza ha dejado con el culo al aire al barón de la “vaselina” y a otros como el manchego, que ya hay que ser hortera para decir eso por la tele, y al principal jarrón chino del socialismo, que sabe que todo lo que está ocurriendo desmonta de arriba abajo su presidencia, desde donde, durante 14 años, se ocultó cobarde ante el reto de limpiar España de franquismo. Si se hubiera atrevido entonces nadie le habría tocado un pelo, blindado como estaba tras meternos en Europa y mantenernos en la OTAN, todo en 1986 y con la mayoría absoluta más amplia de la democracia.
Miedo desde siempre y miedo ahora. Solo la ausencia de miedo de los líderes catalanes coloca a Sánchez e Iglesias ante la posibilidad de sumarse a los valientes y enfrentarse al miedo que sí es peligro verdadero y que, en España, siempre viene del mismo sitio.
Es el tercer miedo que hemos visto también esta semana. El de tener que sentarse a una mesa no deseada pero comprometida con la investidura.
Sin duda ocurrió que el miércoles 29, tras la comparecencia de Torra anunciando que un día sin fecha señalada anunciará la convocatoria de elecciones en Catalunya, Sánchez y otros de su gobierno se creyeron que estaban tocando el cielo y vieron la ocasión para demorar sine díe el miedo a la “mesa” pactada con ERC. Pero bastó una reunión con Rufián para, pocas horas después, arrugarse por una parte y, por otra, darse cuenta de que, en las nuevas circunstancias, es decir, con los JxCat y ERC preparando sus respectivas campañas electorales, la mesa daba mucho menos miedo.
Este último análisis, ¿es de su propia cosecha o les ayudó un Rufián que, antes de sentarse con Sánchez estaba indignado y después no le costó nada “comprender” al presidente? Lo que resulta evidente es que, por fin, en España, aunque sea a trompicones, pero algo se negocia.
Tenemos un gobierno especulando sobre las variaciones de los mismos miedos a lo largo del tiempo, para tomar las decisiones que impliquen el menor riesgo.
Y una oposición que, ¡¡sorpresa!!, en lugar de aprovechar la ocasión para atizar de nuevo a Sánchez con lo de esos catalanes a los que les debe La Moncloa, decide equivocarse insistiendo en sacar punta a lo de Venezuela, mientras Sánchez acierta no recibiendo a Guaidó, pues el presidente de USA acaba de hacer lo mismo, dando portazo al golpista y “presidente por encargo” en el último día de su gira para salir del atasco.
Quizás la derecha comete errores porque se tiene miedo a sí misma y, si no, que se lo digan a Fernández Díaz, el de “la fiscalía te lo afina”, hablando en catalán en Catalunya Radio para romper la unidad en la crueldad de todas las derechas españolistas al mantenerse “comprensivo” con un indulto si no lo “volvieran a hacer”, como si no hubiera dos millones de catalanes dispuestos a repetirlo. ¿Es miedo o sensación de derrota, señor ex ministro?
Y el último miedo del españolismo en esta misma semana ha sido el de los jueces del Tribunal Supremo destinados a tareas “administrativo – políticas” en la Junta Electoral Central.
Ha sido algo muy sutil y, de entre los legos en la materia, hemos podido darnos cuenta quienes hemos tenido el privilegio de escuchar a un catedrático de Derecho Penal, Joan Queralt, a quién no se le escapa ni una.
Resulta que, llegado el momento de recibir Clara Ponsatí, catalana perseguida en España y exiliada en Escocia, el acta de eurodiputada, va la citada JEC y, a diferencia de las resoluciones dictadas para los casos de Puigdemont y Comín, en el texto de Clara, también denegatorio mientras no jure o prometa la Constitución, introduce el detalle ese de “Sin perjuicio de…” que, tal como nos informa el catedrático, es lo más importante de cualquier auto judicial, pues en el lo que buscan los jueces firmantes es librarse de las consecuencias de su decisión, es decir, optan por convertirla en papel mojado para no cometer un delito de prevaricación.
El motivo de ese miedo que no sintieron en los casos anteriores, los dos citados más el de Junqueras, pues resulta muy sencillo: la sentencia del TJUE de 19 de noviembre. El españolismo judicial necesitaba mantener su aparente superioridad ante Europa, pero solo era una forma de ocultar la cobardía ante una fuerza mayor que podría sentenciarlos personalmente.
En cambio, contra el mayor Trapero y el resto de acusados que están siendo juzgados en la Audiencia Nacional, como Europa aún no puede decir nada, la fiscalía mantiene las acusaciones de rebelión a sabiendas de que, con la sentencia del Tribunal Supremo contra Junqueras desde hace casi cuatro meses, nunca podrán ser condenados por ese delito.
¿Cómo se llama ese abuso de impunidad ejercido por los fiscales sin que la juez Espejel tenga nada que decir? Es que la tal Espejel siempre será “Concha” para Cospedal.
Y, para terminar por hoy, comenzaremos con Oriol.
Juan Alberto Belloch le acaba de responder a Evole que “no está seguro de que Junqueras esté lo suficientemente maduro como para desempeñar el importante papel que puede jugar en el futuro”. Y ahí lo deja el ex ministro. Y Evole, sin insistir sobre cuál sería ese “importante papel”.
En febrero de 2017, siete meses antes del referéndum, la situación política me decía que, en España, “Tercera República o Monarquía sin Catalunya” y hoy pienso que el papel importante que Junqueras jugará en el futuro será el de ocupar la presidencia de la Tercera República española.
Hay suficientes detalles que avalan esta candidatura incluso hoy, tan lejos como muchos piensan que estamos de un cambio en la forma de Estado, pero se han acabado el tiempo y el espacio de esta entrega y esto continuará, pero en otro momento.