Esto es una guerra. Una guerra bien planeada dónde por primera vez no son los jóvenes protagonistas ni principales víctimas, pues quedan mejor en el paro-sin-paro, esto es, sin prestación porque aún no han cotizado; pero el ahorro es sustancioso: menos pensiones a pagar y menos futuros sufridores de un mundo cada día más injusto. O quizá sólo sean “daños colaterales”, que, como guerra que es, ni eso le falta. En las guerras se espera a terminar para pedir responsabilidades y para comprobar en qué medida se han forrado unos cuantos, entre ellos muchos inductores. Esto último es lo que debería evitarse de la única forma posible: condenándoles incluso con la expropiación, permitida por el artículo 128; pena da que los “constitucionalistas” lo desconozcan. Pero ¿Quién condena al vencedor? ¿Y a los laboratorios? “Pobrecitos” después de haber descubierto un antídoto… Lo de las responsabilidades es necesario, imprescindible. Sería. Si hubiera quien se atreviera a investigar las causas reales y a pesar de todo siguiera en el mundo sin necesidad de refugiarse en ninguna embajada.
Es fácil saber si habrá vencedores en esta guerra: por exclusión. No ganan los trabajadores, despedidos ó más precarios y sometidos a mayor presión fiscal para financiar (recuperar lo llaman) a los grandes grupos económicos. No ganan los abuelos supervivientes, disminuido su poder adquisitivo con pensiones congeladas frente al alegre calor de las subidas del coste general. No ganan los niños, como mínimo retrasados en su aprendizaje. Ni los jóvenes, obligados a soportar el aro de la precariedad y “no te quejes que es peor”. Ganan quienes todos sabemos. Quienes especulan con las bolsas y otros entes económicos a los que llaman “mercados”; quienes aprovechan cualquier desgracia, o incluso la provocan para quedarse con el dinero físico, de todos: la mejor forma de crecer sin ampliar negocio ni crear empleo. Los lobbies acaparadores, encarecedores de medicamentos, alimentos, vivienda y demás necesidades básicas, enriquecidos en la bonanza y en la desgracia, no merecen ser “socorridos” con el dinero de todos, Por su labor y porque les sobra capacidad de recuperación; ganarían sólo con acometer negocios limpios, que creen empleo y generen recursos también para los demás. Pero es más cómodo acumular empobreciendo al resto del mundo.
El fin de esta “guerra” marcará el momento de la reconstrucción, que no debe ser la de los bancos y grandes grupos empresariales, sólo útil para añadirles más poder del que ya detentan. Será el de recuperar al pueblo, a la gente, a los trabajadores, pymes y autónomos, los tres grupos que realmente sostienen la economía. Y debe ser antes de ese final, es decir, ya, cuando se empiece a programar y acometer medidas contra el empobrecimiento. Por ejemplo, con la apertura de clínicas, plantas quirúrgicas y de atención y hospitales cerrados en toda Andalucía; con la recuperación de personal sanitario; con la fabricación de material. Si se agotan mascarillas, guantes y desinfectantes ¿por qué no fabricar más, con toda urgencia? Es lógico que el objetivo de la industria farmacéutica sea el beneficio económico. No es lógico que el Estado dependa de esa industria. Atender las necesidades, la producción de material médico-sanitario no será competencia, será respuesta a la incompetencia de los fabricantes, negados a contratar más personal. O evitando la propagación. La irresponsabilidad de gobiernos y ayuntamientos está aportándoles una grave responsabilidad. Incomprensible el cierre de pequeñas poblaciones mientras miles de estudiantes y trabajadores puedan volver temporalmente a sus ciudades, con el riesgo de extender el virus y otros miles se desparramen por este “Sur” de su consuelo y desamor, dejando a su paso el recuerdo de la ineficacia del centralismo. ¿Tanto vale la “capi” para recibir un tratamiento tan discriminatorio para los demás; para justificar un posible recrudecimiento por contagio a todo el Estado? Tan irresponsable como el considerar “intocables” la Semana Santa y las ferias, aglomeraciones dónde un solo infectado podría contagiar a miles, a millones de personas por propagación en cadena. No tiene explicación la asunción de semejantes responsabilidades, por discriminación y por responsabilidad irresponsable.