miércoles, 27 de noviembre del 2024

Una cacerolada justa por cien millones contra el Coronavirus

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Hoy martes, 17 de marzo, a las 18:08 horas he recibido el siguiente mensaje:

CACEROLADA donación Rey Juan Carlos I. Miércoles 18 de marzo a las 12:00 horas del mediodía. Para que Juan Carlos I done los 100 millones audíes a la sanidad pública. Por favor, reenvíalo, ¡por el bien de todos!”

Cincuenta y dos minutos después, en los informativos de las 19:00 horas, se anunciaba que Felipe VI aparecerá en la televisión mañana por la noche, a las 21:00 horas, para hablar sobre el Coronavirus. En cambio, nada se ha dicho de la cacerolada para conseguir dinero con el mismo objetivo, que ya es un clamor en las redes sociales.

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En este momento son las 20:00 horas y entro en Change.org a una campaña de recogida de firmas para que Felipe VI exija a su padre que transfiera el dinero de Suiza a la sanidad española. Compruebo que hay decenas de miles de personas aportando pequeñas cantidades de dinero o divulgando la iniciativa, y muchas más que ya han firmado. Este es el enlace:

https://www.change.org/p/felipe-vi-exige-a-tu-padre-que-transfiera-el-dinero-de-suiza-a-sanidad-change-org-felipereacciona-felipereacciona/psf/share?source_location=signed_interrupt

Antes de ayer por la noche este mismo rey, Felipe VI, confesaba que conocía, desde hace no menos de un año, que su padre, el destinatario de la cacerolada y anterior rey, era titular de “activos, inversiones o estructuras financieras cuyo origen, características o finalidad puedan no estar en consonancia con la legalidad”, según el comunicado emitido por la Casa Real, de la que él es su representante máximo. Muy mal asesorado, Felipe VI anunciaba el imposible de renunciar a lo desconocido: el testamento de alguien que aún está vivo. 

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Hoy también, pasadas las 15:00 horas, Pedro Sánchez ha protagonizado una rueda de prensa para informar de las decisiones tomadas en el consejo de ministros, orientadas a paliar las consecuencias económicas de la pandemia, aunque ha dedicado más tiempo a las emociones, con especial referencia a los aplausos populares desde ventanas y terrazas en apoyo al personal sanitario, y a la épica, con una terminología cuasi militar de lucha de todos unidos hasta derrotar al enemigo, esta vez llamado coronavirus.

Sospecho que lo que ocurre es que a un Felipe VI en horas muy bajas le preocupa que Pedro Sánchez esté aprovechando la pandemia que ha cambiado el día a día de decenas de millones de españoles para robarle a él, el rey, la causa “España”, de la que él se siente el líder principal. Sabedor de que la audiencia televisiva será de récord, este rey no está dispuesto a perder la oportunidad de vincular la monarquía a una batalla que terminará en victoria porque, de fracasar, lo será a nivel mundial. Y ya se sabe que, “mal de muchos…”.

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Nada tiene que aportar Felipe VI en la lucha contra el Coronavirus que le sirva de algo a la sociedad que le paga sus lujos… salvo que la cacerolada contra la corrupción monárquica de las doce de la mañana consiga un éxito tan atronador que lo acorrale y le fuerce a entregar esos cien millones de euros, tanto si se los saca a su padre como si tiene que pedir un préstamo al banco.

Ese dinero no llega ni al 6% de la fortuna acumulada por su padre durante su reinado, estimada en 1.800 millones. En cambio, es de un valor incalculable en este momento pues, por ejemplo, el gobierno español solo puede dedicar 30 millones a investigación para derrotar la pandemia, según lo anunciado en la rueda de prensa de Sánchez.

En otra ocasión histórica, también cargada de emoción sobrevenida, la reacción del pueblo consiguió derrotar a políticos criminales que habían sido capaces de lo peor ante un atentado terrorista, con tal de mantenerse en el gobierno. Sucedió entre el 11 y el 14 de marzo del año 2004.

Si triunfa esta vez, la cacerolada del miércoles 17 de marzo hará algo de justicia contra quien se ha estado riendo y aprovechando, durante décadas, de la confianza de un pueblo que, siempre traicionado por sus élites, le concedió una inviolabilidad que se ha demostrado incompatible con una democracia verdadera.

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