Quieren los necios quitar valor a los símbolos. A los suyos, no, claro. Aquellos con los que ellos se identifican son “sagrados”, aunque no conozcan su historia ni su significado. La sacralización se limita a los colores copiados de los del Pendón de Sevilla, pero desvaídos; al lema “non plus ultra”, especifico y exclusivamente referido a Andalucía; al himno, plagio de una nuba andalusí del siglo XI; o al mismísimo nombre del Estado, sustraído a una raíz fonética andaluza. Así se apropian sin rubor de la Comunidad que más desprecian, después de todo, comportamiento coherente con el esfuerzo desarrollado para despersonalizar Andalucía e incautar a los andaluces.
Si las columnas de Herakles figuran en el Escudo de España, son intocables. Las del Escudo de Andalucía se pueden retocar, manipular. A Andalucía, que en el blasón nacional ocupa un espacio insignificante, a tono con el que se le permite en el conjunto del Estado, no se le reconoce su derecho a gozar de símbolos propios. En su momento Carrillo llamó “banderola” a la bandera de Andalucía, según él la única digna era la rojigualda. Fernando Soto llamó “pasados de rosca” y “enemigos de la clase obrera” a quienes portaran la verdiblanca. Ignorantes todos de la antigüedad de los símbolos, de su sentido totémico cuando gozan de suficiente antigüedad y su vacío cuando tuvieron que ser inventados, sin base histórica –por eso España usa colores y símbolos andaluces, para otorgarse una veteranía inexistente-, ignorantes de su significado, se permiten el lujo de faltarle el respeto. Para ellos ni Andalucía ni los símbolos que la representan merecen más atención que la puramente anecdótica, y no siempre.
El PSOE cambió las columnas dóricas originales (el dios era griego, no romano), convirtió en perritos falderos a los leones; y tal vez temiendo que el forzudo héroe pasara frío, le colocó una “rebequita” sobre los hombros: la piel del León de Nemea nunca había figurado antes de los años 80. Fueron cambios, faltas de respeto al significado onírico en que se basan los símbolos de los países con solera suficiente para disponer de símbolos oníricos. Eso, la antigüedad y aportación de Andalucía a la civilización mundial es algo que “Espanña, Espanña, Espanña” no puede soportar. Y lo tergiversa, manipula, deforma, prostituye cuando la prohibición es imposible o no surte efecto. Lamentable mecanismo propio de pobreza mental. Porque no alcanza el objetivo propuesto de anular la personalidad andaluza para justificar la apropiación de sus riquezas artística, material, histórica, económica,. En cambio ratifica y llena de razón a quienes, cada día en mayor número, reniegan de su condición y empiezan a pensar en la emancipación de una Comunidad subyugada, oprimida, manipulada, empobrecida para mejorar la economía de otros lugares. Si Rajoy se hizo el mejor propagandista del independentismo catalán, los gobiernos españoles, desde el mismo momento de incumplimiento de los acuerdos de capitulación de las ciudades andaluzas, y los andaluces con su desprecio, están fomentando el independentismo, al que cada día dan más fuerza. Lo que pueda ocurrir de ahora en adelante será exclusiva responsabilidad suya.
En 1845 empezó el desmantelamiento de la industria, el comercio y la banca andaluza, con el pretexto de compensar al norte. En 2020 un presidente de la Junta de Andalucía, consciente sin duda de su ascensión a San Telmo gracias a la carambola operada por la abstención, destroza a su antojo el onírico Escudo de la Comunidad, en lo que gasta una cifra desproporcionada, “susllevada” de necesidades más perentorias. Porque ni conoce el significado de los símbolos, por algo lo llama “escudito” ni le importa poco ni mucho todo cuanto no sea su tópico privado, el creado por la necesidad de simular una unidad que ellos mismos rompen cada día. Si al final tendremos que dar las gracias al españolismo y sus gobiernos del despertar de los andaluces.