No hay mucha gente en el mundo con tanta fobia a los virus, los gérmenes y las enfermedades infecciosas como Donald Trump. El presidente que durante semanas minimizó el riesgo de la covid-19, que no se pone una mascarilla ni por asomo y que ansía reabrir el país cuanto antes, ha sufrido toda su vida de una misofobia confesa.
Detesta estrechar las manos, lava las suyas con obsesión, le saca de quicio que estornuden dentro del mismo cuarto y siempre ha evitado tocar los botones de llamada de los ascensores. Cuando su hijo menor, Barron, tenía apenas un año y se ponía malo, pedía que no se lo acercaran.
Esas manías las ha contado él mismo a lo largo de su pública y notoria vida. “No soy muy fan de dar la mano. Creo que es una costumbre bárbara. Hay informes médicos todo el tiempo, dando la mano te agarras resfriados, gripe. De todo. Quién sabe qué contraes…”, advertía en el programa Later Today, de la NBC, en 1999.
La semana pasada, cuando dieron positivo su ayudante de cámara, uno de los militares de alto rango que le sirven, y una asistente del vicepresidente, las alarmas sonaron en el número 1600 de la Avenida Pensilvania. Al republicano le exasperó saber que el ayudante no llevase mascarilla, según contaron fuentes del Gobierno a The New York Times, y ahora detesta que la gente se le acerque demasiado.