Contextualización
El 20 de octubre de 2019 se inició el conteo preliminar de los votos para las elecciones presidenciales de Bolivia. En un momento dado, cuando Morales tenía ocho puntos sobre su oponente -Carlos Mesa- el recuento se detuvo sin explicaciones ni motivación, y se retomó al día siguiente. En ese momento, Evo Morales ya tenía los votos suficientes (superaba ya en 10 puntos a Mesa) para poder afirmar que era el ganador, de nuevo, de las elecciones.
Las protestas denunciando fraude electoral se extendieron inmediatamente por todo el país, y desde la comunidad internacional recurrieron a la OEA, que había participado como observadora electoral, para que hiciera una evaluación de lo sucedido.
El dictamen de la OEA señalaba que «un cambio inexplicable» habría modificado «drásticamente el destino de las elecciones». La oposición aprovechó esta declaración y aumentó la intensidad de las protestas en las calles, buscar apoyos internacionales y echar a Evo Morales del país con intervención militar y serias amenazas judiciales. En ese momento podíamos leer titulares como este en diarios como El País: «El informe final de la OEA ratifica manipulación dolosa en las elecciones de Bolivia»
Ya entonces, fueron varios los expertos que denunciaron irregularidades en el dictamen de la OEA. Concretamente, investigadores del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), señalaron que la tendencia del escrutinio antes y después de que se interrumpiera el conteo rápido al 84% daba la victoria a Morales. Y denunciaron que «el análisis estadístico y las conclusiones de la OEA parecen profundamente defectuosos». El informe, que puede consultarse completo aquí suponía la constatación de lo que ya se había publicado previamente en el mes de noviembre.
Los investigadores del MIT fueron contundentes con la OEA señalando «irregularidades graves», sin llegar a mencionar la palabra «fraude». Pero sí dejan claro en su informe que la valoración de la OEA fue fundamental para sacar a Morales del poder y dar lugar a un Gobierno de facto que resultaría irregular al demostrarse que no hubo fraude electoral.
La OEA rechazó el informe elaborado por el MIT, y Gonzalo Koncke, secretario general de la OEA, a través de una carta pública contestó al Washington Post -que había publicado el informe del MIT- que «los resultados de las votaciones demuestran inequívocamente que hubo manipulación intencional de las elecciones». Afirmaba además que «el artículo publicado por el Washington Post contenía múltiples falsedades, inexactitudes y omisiones», señalando que «la pieza distorsiona deliberadamente el informe final de la auditoría de las elecciones en Bolivia, publicado por la Secretaría General de la OEA el 4 de diciembre de 2019″.
La renuncia de Evo Morales, que fue forzada por esta estrategia de denuncia de fraude electoral, ha sido considerada como un golpe de Estado por varios gobiernos, como el de México.
Evo Morales se exilió a Argentina, desde donde pretendía presentarse de nuevo a las elecciones al senado que tuvieron lugar el pasado mes de mayo. Sin embargo, los nuevos miembros del Tribunal Supremo de Bolivia, nombrados por el nuevo Gobierno, le inhabilitaron impidiendo que pudiera presentarse.
El nuevo estudio que hoy presenta el New York Times
Según informa hoy el New York Times, un nuevo estudio llega a las mismas conclusiones que el que realizaron los expertos de MIT: el análisis que hizo la OEA fue deficiente.
Según los expertos, la conclusión de que los votos a favor de Morales «aumentaron inexplicablemente una vez que el conteo se reanudó», estuvo basada en datos incorrectos y en técnicas estadísticas inapropiadas.
Concretamente, según Francisco Rodríguez, «examinamos detenidamente la evidencia estadística de la OEA y hallamos problemas con sus métodos». «Una vez que corregimos esos problemas, los resultados de la OEA desaparecen, sin dejar evidencia estadística de fraude».
Su estudio se centran únicamente en el análisis estadístico de la OEA, y no entran a valorar otras cuestiones del proceso electoral.
Según Gerardo de Icaza, en respuesta a las dudas que plantea este último estudio, «las estadísticas no prueban ni refutan el fraude. Las evidencias sólidas como declaraciones falsas y estructuras informáticas escondidas lo hacen. Y eso es lo que encontramos», señala.
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