Victoria Federica es una joven española. Tan joven, tan alegre, tan pizpireta. Ella no es súbdita, porque ella es «real». No es como tú ni como yo, que somos plebe. Ella es la nieta del Rey Juan Carlos, la sobrina del rey Felipe. La hija de Elena y Marichalar. Ha cumplido veinte años esta semana y ella no ha querido celebrarlo por todo lo alto, no. Ha preferido una reunión íntima con los más cercanos. Victoria Federica es prudente.
Victoria Federica es la hermana de Froilán, ese mozalbete alegre y despreocupado que tantos momentos de ternura nos ha regalado en su infancia. No es una fiera en los estudios, pero no pasa nada. Su tío por ejemplo siempre destacó por ser «simpático». Es el don de los Borbones, su «campechanidad».
Froilán tampoco es súbdito ni plebe. Froilán es «de Todos los Santos» y también es nieto del rey Juan Carlos y sobrino de Felipe. Hijo de Elena y Marichalar. Y esta semana ha estrenado un coche. Porque los de alta alcurnia también estrenan coches, y seguro que también les hace ilusión como a cualquiera. Ese olor a coche nuevo nos iguala, Froilán.
Mi primer coche también fue rojo. ¿Ves? Al final va a resultar que sí, que somos iguales. El mío era de tercera mano. Un corsa jurásico al que salvé del desguace. El tuyo es un AudiQ3Sportback. Pero da igual. Los detalles son lo que nos alejan. Qué perversos son los detalles. Una nimiedad la que separa los 80.000 euros que cuesta el coche de Froilán de lo que pueda costar cualquiera de los nuestros. Seguramente diez veces menos. De mi corsa, muchos miles de veces más.
Pero no es el coche lo que más nos diferencia. Que sí, que también, porque jamás en mi vida pensaría en gastarme lo que cuesta una casa en un coche. Sin duda. Porque con la edad de Froilán yo aspiraba a encontrar un coche de ocasión y salvarle del desguace. Como mucho.
Lo que más nos diferencia de Froilán o Victoria es la reacción cuando se han encontrado con las dos multas en el cristal del coche nuevo: ellos se parten de risa. Aquí es donde está la enorme distancia entre usted -o yo- y ellos. Ni aprietan los dientes, ni cae patada en la rueda, ni se quedan mirando una y otra vez el papel para ver si lo que dice es correcto. No. Froilán lo coge con dos deditos y riéndose se lo enseña a su hermana que se parte de risa mientras habla por teléfono.
Esa es la diferencia fundamental: una cuestión de actitud. Y hacen muy bien. Evidentemente cuando tienes un coche que cuesta ochenta mil euros, puedes aparcar donde te de la gana, porque se supone que las multas no te duelen.
Es más: cuando tienes un abuelo preocupado por garantizarque a la familia real no le faltase nunca de nada (tal y como constaba en los escritos de la fundación de Panamá, condición que le ponía a Felipe si heredaba las cuentas), entonces te puedes reir si te ponen una multa. Te puedes desconojar si te ponen dos. Y si te ponen tres, puedes irte incluso a ver a tu abuelo para celebrarlo.