jueves, 05 de diciembre del 2024

El 14F Catalunya tiene la palabra. ¿Cuánta violencia le queda a España?

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A partir de ayer en USA escribiremos de nuestras cosas mientras Trump y sus hordas duerman, si es que deciden irse a la cama. Mientras tanto, elegiré el tweet del periodista especializado en tribunales Alfonso Pérez Medina, siempre al pie de un cañón que solo dispara palabras: “La noche de las comparaciones forzaditas: Ni Rodea el Congreso ni el procés. Asaltar con violencia la cámara en la que reside la soberanía nacional, en España, solo lo ha hecho Tejero”.

Con permiso, pues, de la otra orilla del Atlántico Norte, diré que he titulado “Violencia” porque, desde Max Weber, para que un país sea considerado “Estado”, y quien podría dudar que España lo es, ha de disponer del “monopolio de la violencia”, que entre nosotros podemos traducir por “la calle es mía” del inolvidable Fraga. Lo dijo siendo ministro cuando ya su único jefe, aquel paisano y dictador cuyo principal plan de vida era matar, había dejado de amenazar gracias, únicamente, a la madre naturaleza.

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Y digo “violencia”, también, porque violenta fue la respuesta del Estado “España” contra las “palabras” expresadas por “Catalunya” a través de unas urnas que, aunque fueran ilegales según el “Estado” juez y parte, solo querían ser “palabras”, y sin ocultar nada desde el primer momento.

Ya no tiene sentido seguir ignorando el futuro que viene: el próximo 14 de febrero por la noche millones de “palabras” se irán leyendo en voz alta en las mesas electorales de Catalunya y, si las correspondientes a las candidaturas independentistas se repiten más que todas las demás juntas, esas elecciones se habrán convertido en las más importantes y dramáticas para el Estado “España” desde que falleció su refundador, el único jefe que tuvo Fraga, en tanto que restaurador de la forma de Estado que aún sigue vigente.

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“España, antes roja que rota” que dijo él, ya que ha salido a colación, y que levante la mano el primer político de ámbito estatal, de cualquier tendencia, que no haya guiado por tal máxima sus principales decisiones, siendo la incógnita principal la del precio máximo que, en recorte de libertades, o incluso en empleo de la violencia, unos u otros puedan estar dispuestos a que padezca toda la sociedad.

Especulando sobre los resultados del 14F, es probable que finalice la tendencia a la reducción del número de candidaturas que se evidenció entre 2010 y 2017, periodo en el que se pasó de 39 a solo 10 y que, en incremento de votantes, favoreció a los españolistas PSC + PP + Cs en un porcentaje que duplicó al que consiguieron los independentistas CiU/JCAT + ERC + CUP.

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En la fiesta de la democracia catalana que se acerca, y que se vivirá con más miedo que alegría en otros centros de poder del Estado, se resolverá también la duda sobre el efecto que pueda tener entre el electorado independentista la división manifiesta entre los dos socios del gobierno actual, JCAT y ERC. Tanto podría facilitar la abstención como estimular su participación, una posibilidad, esta segunda, avalada por las encuestas que se han publicado.

Otra respuesta que solo se despejará el mismo Día de los Enamorados se refiere al efecto de la pandemia sobre el número de electores que finalmente irán a votar. Todo hace pensar que los independentistas siguen mucho más movilizados, tal como hace unos días reconoció, preocupara, Inés Arrimadas.

No es extraño que la de Ciudadanos constate la desmovilización de los españolistas en Catalunya. Seguir en este Estado significa aceptar sí o sí una monarquía que, con lo que se va conociendo, avergüenza tanto por las corruptelas de Juan Carlos I como asusta por los peligrosos apoyos que recibe Felipe VI y ante los que no marca distancias. Y, solo faltaría, tan en nombre de la Constitución el propio rey como presumen los de los “26 millones”, que hoy anuncian una nueva carta dirigida a la ministra Robles y firmada por 750 “ex” mucho más activos que cuando eran “in”.

Imposible evitar, otra vez, el regreso al jefe de Fraga, aquel que montó una guerra civil en nombre de la República para restaurar la monarquía más indecente de Europa.

Y no parece que la “modernización” de la Monarquía, que se ha inventado Sánchez al borde del abismo, vaya a tener el menor efecto en una Catalunya en la que todas las encuestas certifican que los partidarios de la República se acercan al 80%. De ese casi 30% de diferencia entre los votantes a los tres independentistas y los partidarios de la República nacen los nuevos electores que puedan conseguir los primeros.

La incógnita de Vox se resolverá, muy probablemente, consiguiendo presencia en el Parlament, pero, al dividir los votos de ese bloque, es muy probable que los escaños totales de la derecha terminen siendo menos que los conseguidos en 2017, las que ganó Cs.

Es muy probable que al gobierno de La Moncloa no le funcione el juego, impugnado sin descanso desde la derecha y los golpistas, consistente en anunciar indultos y la reforma de la sedición, una carta negociadora que siempre estará marcada por su origen: la represión del Estado “España”.

También podría ocurrir que no consiga el resultado esperado de la multiplicación de las horas de TVE en catalán, de la apuesta de La SER con Josep Cuní o de la publicidad del “Gobierno de España” en los medios públicos y privados de Catalunya.

Y también podría no triunfar en las urnas la arriesgada apuesta del ministro Illa, que cultivaría abstenciones en el PSC, o votos para los “Comunes” de Podemos que quizás no se traduzcan en el mismo número de escaños.

Ante esta debacle, que podría acercar el porcentaje de votos de JCAT, ERC y CUP al 55%, es difícil imaginar la clase de violencia que el Estado “España” se proponga emplear contra el nuevo avance de un independentismo que ha demostrado su capacidad para recibir cualquier represión sin rendirse.

La independencia de Catalunya solo será entonces cuestión de tiempo, cada vez menos.

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