De espaldas al río que la creó. El islote perdido entre marismas y canales, unos más aptos que otros para la navegación, por eso más defendible que la cercana elevación del Aljarafe, pudo crecer en tierra firme cuando el mismo río que aportaba su agua a los pantanos circundantes los fue rellenando con sus aportes de lodo y arena. El Guadalquivir, el padre Betis, el Río Grande, el de «río de la gracia y el salero que en eso da lecciones hasta al mar, porque el mar es más grande y tiene más agua, pero menos sal» según Cavestany, es la víctima de una ciudad olvidadiza y desagradecida por culpa de unos gestores que, desde el siglo XIII hacen vivir a la ciudad de espaldas a su río. Un río es un tesoro, ciudades grandes y pequeñas hacen gala de sus ríos, arroyos y riachuelos; son capaces de convivir en consonancia con sus corrientes fluviales, hechas atractivo y vías de comunicación. Las ciudades tienden puentes entre ambas orillas y hacen calles de sus corrientes, como París, Londres, Estocolmo ó Venecia. Sevilla arrasó tres cauces y a punto estuvo de enterrar el principal. Sevilla tardó en asumir que su vía fluvial era mejor autopista para el deporte que la mar abierta, y vuelta a coincidir con el poeta de Morón.
Sevilla, por obra y (des)gracia de sus gestores locales y en especial autonómicos y estatales, todavía no ha asumido que la corriente fluvial que le dio vida es su gran arteria, su avenida principal. Pasado el tiempo de los reyes poetas, de la medicina avanzada, del rechazo a la Inquisición, de la industria pujante, de la exportación, de las revoluciones todavía pendientes, las administraciones, sobradas de tiempo y medios, la encerraron en sí misma, en su recuerdo. La obligaron a ver pasar puertos deportivos y barcos cargados de contenedores re-enviados a Tánger, que aquí la industria «no encaja», dicen. La bañaron en las aguas plácidas de su pasado y, hasta este siglo XXI del 5G, con sus orillas frías y despersonalizadas, la mantienen limitada al limitado uso deportivo de los club, únicos capaces de sacar algún provecho de sus posibilidades. La confabulación de las administraciones tiene vacío el lecho más productivo de una ciudad que fue productiva mientras se lo permitieron. Mientras no «conjuraron el riesgo» de su crecimiento.
Gracias a la imaginación, a la creatividad, a la capacidad imposible de cercenar por más que se intente, el río está recobrando vida. Esta arteria central puede prestar a la ciudad, a las ciudades situadas a sus orillas, un servicio útil, esencial. El río de Sevilla puede recuperarse como vía de comunicación. La más eficaz, rápida y económica. El proyecto parte de la mente de un Ingeniero informático, Agustín Javier Salas García, que ha puesto su mente y su fortuna al servicio de la lógica. Criado junto al río, en La Puebla, actualmente avecindado en Coria, junto al río también, ha diseñado el método más revolucionario —a veces lo más revolucionario es lo más sencillo, lo más lógico— para permitir que la principal arteria de la conurbación sevillana sea el medio de transporte metropolitano útil, económico y exportable a todo el mundo. Pensar en Sevilla es pensar en el mundo, Agustín Salas lo está demostrando. Su invento, patentado y dispuesto para su puesta en marcha, combina estaciones capaces de permitir la entrada y salida de viajeros en tres minutos, y trenes acuáticos con velocidad de crucero superior a la habitual de los barcos. Diseñado el sistema y sus elementos, se ha creado el consorcio capaz de ponerlo en marcha. Sólo queda esperar que no ocurra como en tantas ocasiones y Sevilla sea la primera ciudad en adoptar un medio de transporte rápido, eficaz y económico. Que no se «importe» años después de haber sido exportado.