sábado, 23 de noviembre del 2024

La cuestión del Sahara para los nulos en Historia

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Ouarzazi Abdel-Wahed
Ouarzazi Abdel-Wahed
Profesor agregado de Economía (Bélgica) Licenciado en Economía y Gestión por la Universidad de Grenoble (Francia) Ex responsable de Educación en Derechos Humanos de Amnistía Internacional Ex miembro de la Comision Políticas Migratorias en representación de la Delegación Provincial de Cultura de Cádiz
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De aquellos polvos, estos lodos. Para entender la marroquinidad del Sahara, tanto Occidental como Oriental, hemos de referirnos a sus orígenes coloniales. Así, y para que las hojas no nos impidan ver el bosque, cabe recordar que la Conferencia de Berlín de 1884 formada, entre otros, por España, Francia, Reino Unido y Alemania tenía por objeto establecer las normas de ocupación y saqueo de África. Todo ello sin el consentimiento de los propios africanos, los cuales ni siquiera fueron consultados ni invitados a una reunión que cambiaría sus vidas para siempre.

Tantas ansias colonialistas que ha sido preciso establecer reglas para que la ocupación fuese ordenada. Así, y en base a los Acuerdos, para apropiarse de los territorios africanos sólo había que cumplir con ciertas pautas, a saber, a) que el territorio supuestamente libre es del primero que llegase, b) de avisar al resto de los firmantes del acuerdo de tal ocupación y c) de delimitar la zona ocupada.

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Todos estos criterios han saltado por los aires una vez sobre el terreno y el proceso de colonización se convirtió en una lucha feroz, de intereses, entre los propios firmantes del Acuerdo. Y las ocupaciones se hicieron efectivas sin respetar las propiedades soberanas, y en muchas ocasiones, han sido violentas. Una ocupación que ha modificado la geopolítica europea y, sobre todo, la geografía africana para siempre, cuyas consecuencias siguen latentes hasta nuestros días a lo largo y ancho del continente (Etiopía-Sudán, Etiopía-Eritrea, Marruecos-Argelia, Somalia-Kenia, Níger-Burkina Faso, etc.).

El conflicto del Sahara marroquí, Occidental y Oriental, es un claro ejemplo de aquel atropello a la soberanía del Reino de Marruecos que, hoy, España y Francia se resisten a reconocer. Y no es por falta de fundamentos históricos sino por intereses ocultos por no decir oscuros.

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Previamente al asalto, los países firmantes del Acuerdo han ido creando instrumentos en forma de “sociedades” de estudio y exploración del África. En Francia ya existía desde 1821 la “Sociedad de Geografía”, y fue a partir de 1860 cuando se convirtió en sociedad colonial propiamente dicha. En España se creó la “Real Sociedad Geográfica” (1876) y luego la “Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas” (1883). Bonelli, enviado por esta última, ocupó Wad Eddahab (Rio de Oro), el 4 de noviembre de 1884, en un paseo en velero, sin tropa, sin oposición alguna y, sobre todo, sin preguntar por la titularidad de la propiedad. Inmediatamente, la España de Cánovas mandaría el aviso, según lo previsto en el Acuerdo, a las demás potencias de que “No me piséis que ya estoy yo aquí” con el fin de evitar que aquello se convirtiera en el “Camarote de los hermanos Marx”. Con ello, el Sur del Sahara (Wad Eddahab o Rio de Oro) se convertiría en propiedad española. Así, sin más.

A su llegada, Bonelli se encontró con un desierto interminable, un silencio ensordecedor y ni un alma, como diría un sevillano. La densidad de la población, en la inmensidad del Sahara, era casi nula y, considerando el carácter nómada de sus beduinos, era evidente que el Alférez español no se encontrara con nadie; pues las costas siempre han constituido un riesgo para la población y más aún por esos tiempos. Lo que no significa que no perteneciera al Sultanato de Marruecos, por entonces reinaba el Sultán Mulay El Hassan I (1873-1894) y quien ya había visitado Tarfaya y el Sahara.

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Por último, la delimitación de las fronteras ha jugado un papel clave en el proceso de colonización y, sobre todo, en el de descolonización de África. Pues, durante la ocupación, los europeos han ido expandiendo sus colonias hasta solaparse unos con otros. La rivalidad entre los propios Okupas, en lenguaje moderno, era cada vez más complicada y a punto de generar una guerra entre Francia y Alemania y, en 1901, entre Francia e Inglaterra. En este sentido, España, la potencia más débil, no podía tomar decisiones sin el beneplácito de Francia. Así, España quería evitar que los franceses siguiesen con su proyecto de unir sus colonias africanas de Este a Oeste hasta el Atlántico, instalándose entre la frontera sur de Marruecos y la ya colonia española de Wad Eddahab (Río de Oro). Es exactamente el proyecto que tiene hoy Argelia, valiéndose del Polisario, para plantarse enfrente de las Islas Canarias.

Sin embargo, Francia siguió avanzando desde Argelia consiguiendo en 1899 anexionar, el Sahara Oriental marroquí (Béchar -que incluye Tinduf- y Tuat) en una embestida feroz contra las fuerzas del Sultán Mulay Abdelaziz. Así, por miedo a que Francia continúe su marcha hacia el Atlántico, el gobierno de Silvela, y después Sagasta, pidió en vano ayuda británica al Lord Salisbury y, viendo la debilidad del Sultanato jerifiano tras su reciente derrota, se dirigió directamente al Sultán pidiéndole la cesión de Tarfaya y Sakia al Hamra (región del Aiún), a lo que éste se negó. España siguió presionando a Francia con bulos como que el II Reich estaría interesado por dichas regiones sin que Francia cediera. Silvela intentó también permutar Sidi Ifni por Tarfaya y Sakia al Hamra, propuesta que fue rechazada de nuevo por el Sultán. Finalmente, España ocuparía estas zonas uniéndolas a Wad Eddahab (Rio de Oro) en un acuerdo secreto franco-español de 1904. El conjunto colonial se convertiría en el Sahara español que el generalísimo Franco lo decretaría, en 1958, Provincia española número 53, presionado por sendas incursiones del ejército de liberación marroquí (ALM, en sus siglas en francés) y por la ONU que le instaba a descolonizar.

Muchos fueron los argumentos para justificar tal colonialismo. Los franceses, en boca de Ferry, presidente del Consejo de ministros, en 1885, declaró ante la Cámara de París: “Las razas superiores tienen el deber de civilizar a las razas inferiores” entre otras obscenidades; añadiendo que “En la crisis que atraviesan las industrias europeas, la fundación de una colonia, supone una solución”. En cuanto a España, por entonces estaba perdiendo las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) argumentó que se trataba de defender las Islas Canarias. Lo cierto es que el Alférez Bonelli ya había propuesto con anterioridad esa aventura al ministro de Guerra, Genaro Quesada, argumentando que se trataba de “Un lugar bastante alejado de la influencia del Sultán de Marruecos y cuyas gentes vivían en un atraso inconcebible”.

Ambos colonialistas esgrimían el atraso de las gentes ignorando la soberanía de los territorios, así como los lazos simbólicos de fidelidad (La bayia, en árabe) que unían a los jefes o Chiujs saharauis con los sultanes de Marruecos. Chiujs como los Erguibat, Uled Dlim, Uled Bu Sba, etc., todos ellos de origen bereber. Lazos que se renovaban en cada momento. Pues así era como se procedía entonces desde la lejanía y según los medios de la época. Una costumbre que nunca se había interrumpido hasta nuestros días. Má El Ainain, jefe de la influente tribu de los Erguibat, que fue naib o delegado del sultán, visitó a Mulay Abdelaziz en varias ocasiones renovando así su fidelidad. En una de esas visitas, instó al Sultán a construir una fortaleza, en Smara, cosa que el Sultán autorizó. Pues, por entonces, los franceses estaban atacando Béchar y Tuat (Sahara Oriental) de los que se apoderaron más tarde.

Los colonialistas no sólo han quebrantado la configuración geográfica de los territorios sino también han modificado las relaciones entre etnias, desuniendo pueblos y roto familias. En algunas delimitaciones llegaron a señalar qué tribus quedaban en territorio de uno o de otro, sin la mínima consideración de sus respectivos valores culturales que regían entre ellos según sus costumbres ancestrales. Pues la configuración de los estados africanos y su organización tribal no tenía nada que ver con la organización política de la Europa de finales del siglo XIX. En base a este sistema arcaico, a ojos de los europeos, éstos han pretendido justificar, con sus propios parámetros, su presencia en África.

Los ocupantes del territorio marroquí, tanto del Sahara Occidental (España) como Oriental (Francia), ni siquiera han respetado los absurdos criterios de ocupación colonial que ellos mismos se habían prefijado en la Conferencia de Berlín. Así, España ocupó, en una excursión, Wad Eddahab (Rio de Oro) y, de un plumazo, Tarfaya y Sakia al Hamra (región del Aiún) y Francia ocuparía a su vez Béchar y Tuat. Más tarde, ambos países se repartirían las zonas de un protectorado que Francia, en 1912, obligó a firmar al Sultán Mulay Abdelhafid.

¿Por qué España pedía al Sultán Mulay Abdelaziz la cesión de Tarfaya y Sakia al Hamra (Norte del Sahara Occidental)? La respuesta es sencilla. Pues pertenecía al Sultanato jerifiano de Marruecos.

¿Cómo ocupó Francia el Sahara Oriental (Béchar y Tuat)? La respuesta es simple. Librando una batalla contra Mulay Abdelalziz, pues era territorio soberano.

Si el conflicto del Sahara Occidental marroquí va camino de la paz y prosperidad, la cuestión que se plantera ahora es saber, ¿cuándo Argelia devolverá el Sahara Oriental (Béchar y Tuat) al Reino de Marruecos?, porque Argelia sigue todavía en flagrante “delito de receptación” sabiendo que los territorios provienen de un delito previo de transgresión cometido por los franceses.

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