miércoles, 04 de diciembre del 2024

Este 23F Pablo Iglesias no debe ser cómplice de tanto secreto

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Para el 23F de cuarenta años después se ha organizado en el Congreso un evento al que asistirán Felipe VI y otros que ocuparán sus escaños, pero no los de ERC, ni los de Bildu, ni los de Junts, ni los del PdCat, ni los del BNG ni los de la CUP.

 

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Demostrado que los gobiernos nacidos de las urnas desde 1982 no se han atrevido a abrir la caja que sigue conteniendo nombres y apellidos aún no conocidos, pero sí implicados en los prolegómenos del golpe de Tejero, los que solo miramos la política desde fuera tenemos derecho a pensar que quienes acudan al Congreso a celebrar un misterio no aclarado serán cómplices del delito de mantener oculta a la sociedad una parte decisiva de su historia.

 

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Y como también somos mal pensados cuando pensamos en maldades, estamos convencidos que quien algo oculta es porque sabe que, si se desvela, saldrá mal parado.

 

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Pero el tiempo todo lo pudre, lo que se pudre, huele, y lo que huele, se descubre.

 

Siempre olió mal el 23F, pero incluso Santiago Carrillo esperó a escribir sus memorias para contarnos que en la reunión que los líderes mantuvieron con el rey, hoy huido, tras el golpe de Estado, éste les pidió que la investigación judicial se ciñera a los golpistas conocidos. Para todos aquellos líderes, unos aún acojonados y el resto implicados, el deseo de un borbón borboneando era una orden de obligado cumplimiento. Como hace cientos de años.

 

Otros no han soltado prenda. Por ejemplo, ese jarrón chino hablador que, por citar uno de sus “éxitos”, no paró de intrigar hasta que consiguió cargarse a Pedro Sánchez en 2016. En cambio, mira por donde, se había negado a colaborar con el Jordi Evole que le buscó para que a su “Operación Palace” no le faltara de nada, aquella ficción sobre el 23F que estrenó en 2014. ¿Tenía miedo Felipe González, con 72 años entonces, a que el ego que siempre le ha llenado la cabeza le traicionara y delante de terceros se le escapara algún secreto de los que aún ocultan él mismo y el gobierno de su enemigo íntimo? Imposible olvidar el encuentro entre Alfonso Armada y Enrique Múgica antes del 23F de 1981.

 

También tenemos a José Antonio Zarzalejos concediendo entrevistas para promocionar su libro y a su rey de ahora, pero fracasando hoy mismo ante Marta Nebot, de Público, cuando las preguntas no le gustan, que qué gusto, afirmo, lo de ver como terminan errando hasta los más inteligentes defensores de una Monarquía que nos ha ensuciado la vida.

 

Hasta lo del “Elefante blanco”, tantas veces mencionado en busca de Armada o el propio Juan Carlos I, se ha caído del pedestal de los enigmas. Antonio J. Candil dice en su libro “23 F. El golpe del rey” que tal paquidermo era, en realidad, el nombre de un bar de citas eróticas al que el capitán Cortina llevaba de incógnito al “salvador de la democracia” cuando aún era príncipe. Se lo he leído a Partal, de Vilaweb.

 

Mientras el gobierno mantenga la Ley de Secretos oficiales negando a la sociedad su derecho a conocer los momentos más importantes de sí misma, cualquier concesión, como la de contribuir al cinismo de un evento que, si nos atenemos al resultado de lo que conmemora, solo podemos concluir que consiguió lo que los golpistas, todos, estaban buscando: consolidar a su titular en un trono atado y bien atado por el innombrable que lo nombró.

 

Y, desde una inviolabilidad doblemente blindada, por la Constitución y por su condición de jefe máximo de los Ejércitos, a ese Juan Carlos I no le dio vergüenza lo de intrigar con militares peligrosos, dispuestos a todo y añorantes de la dictadura, contra un Adolfo Suárez que había ganado dos elecciones generales.

 

Dijo un sabio antiguo que somos esclavos de nuestras palabras, pero sin duda lo somos mucho más de nuestros actos. Y un acto evidente de Iglesias y los suyos es contribuir, con su presencia en el Congreso, a que siga la confusión sobre un golpe de Estado al que nada deben. La continuidad de la dictadura era imposible, y el primero en saberlo era el propio Juan Carlos I por ser rey de todos los potenciales golpistas con el aval definitivo de un dictador asesino.

 

Eso sí, salvo que él mismo hubiera decidido asumir la doble condición de rey y dictador a través de un general Armada presidiendo un gobierno de concentración.

 

¿Por qué será que ahora me vienen a la cabeza Alfonso XIII y el general Primo de Rivera?

 

Quizás era lo que Juan Carlos I tenía previsto, pero la dimisión de Suárez, un mes antes, le rompió los planes. En cualquier caso, me temo que la historia no le habría concedido tanto tiempo como a su abuelo.

 

Me temo que, a Iglesias, a Garzón y a todos los suyos, tanta complicidad y tan notoria con la ocultación de nuestro pasado inmediato les terminará dañando.

 

Quizás los de UP deberían mirar la lista de los partidos que este 23F dejarán vacíos sus escaños del Congreso: todos han conseguido más votos en las últimas elecciones. Algunos muchos más, y bastantes se los han “robado” a Unidas Podemos con la justa ley de las urnas en la mano.

 

Tal como dice el propio Pablo Iglesias, esta democracia deja mucho que desear. Por eso mismo, cualquier acto que pueda ser interpretado, por un electorado contrario a la mala política, como aval de un sistema podrido terminara pasando factura.

 

Por mucho que estés en el Gobierno, Pablo Iglesias, la libertad de conciencia es causa justa contra vientos, mareas e incluso formalismos y protocolos que parecen obligaciones incluidas con las posiciones de privilegio legalmente conseguidas.

 

Por cierto, hablando de mantener los principios, no se pierda “Una vida oculta”, la historia de un campesino austriaco durante la Segunda Guerra Mundial que Terrence Malick nos regaló en 2019. Mantener la dignidad sale hoy mucho más barato, y por eso es lógico desconfiar de quien actúa como si la vendiera.

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