Un fantasma está recorriendo el Reino de España y se hará real el martes 9 de marzo: se llama voto secreto para el suplicatorio contra tres eurodiputados independentistas catalanes en el Parlamento de Europa y dicen que a las 9 horas y 30 minutos de esa mañana se conocerá el resultado.
Voto secreto, ese que los líderes tanto proclaman para el pueblo en las urnas, pero tan pocas veces conceden a sus parlamentarios, cuyas voluntades quieren vigilar de cerca porque de ellos dependen, ya que al pueblo votante que tanto dicen respetar ni siquiera le conceden el derecho a poner orden en las listas cuando le convocan a las urnas.
Mientras tanto, el ruido que llega anuncia que, incluso si se aprobara, ese recuento será tan distinto a los de votaciones anteriores para otros suplicatorios que Puigdemont y los suyos saldrán ganando sí o sí, y también que Europa tendrá menos problemas en el futuro si se atreviera a poner en su sitio a un Tribunal Supremo de un Reino que ha fracasado de manera estrepitosa y deplorable con la gestión de las euroórdenes para perseguir a los tres catalanes.
Ante tanto miedo a perder o perder, no es extraño que, desesperado, este aprendiz de brujo llamado Pedro Sánchez haya decidido llevarse a Catalunya, tres días antes, a Felipe VI y a Wayne Griffiths, presidente del Grupo Volkswagen, sin importarle la “violencia extrema” que asola cada noche las calles de Barcelona, saquea las tiendas de moda y hasta ha conseguido que los empresarios pongan el grito en el cielo.
Cualquiera diría que, como a cualquier jugador atrevido, le gustan a Sánchez las llamas de los contenedores poniendo cada noche la guinda a las negociaciones para formar un nuevo gobierno en Catalunya. A fin de cuentas, no lo presidirá su Salvador Illa, que ni siquiera consiguió tantos diputados como Arrimadas hace tres años.
Sorprende también que el 25 de septiembre de 2019 el mismo Sánchez no se atreviera a permitir el viaje del mismo rey a Barcelona para un evento judicial al que acudía todos los años pero, de aquel día, lo que se recuerda es a Felipe VI demostrando que “pa chulo él” llamando a un Lesmes caducado desde La Zarzuela, suponemos, porque de un borbón que se precie nunca podremos saber dónde está si no los estamos viendo. En cambio, nadie recuerda que aquel 25 hubiera grandes disturbios urbanos provocados por la sentencia que Marchena amenazaba con comunicar cuando le diera la gana.
Solo cabe pensar que Sánchez, ayer, buscaba divulgar la especie, ahora le llaman “fake”, de que el Reino de España sí que piensa en Catalunya, y con ello pretender que los europeos no se crean lo de las inversiones que cada año se incumplen por mucho que se hayan incluido en los presupuestos, y que tampoco recuerden el decreto para facilitar la huida de empresas de Catalunya que publicó un gobierno de Rajoy a las órdenes de este mismo rey desde el discursó de nueve minutos con el que tomó el poder real en La Moncloa, y partido contra millones de europeos y catalanes el 3 de octubre de 2017.
Otro paréntesis para recordar que aquel gobierno, el de Rajoy, herido de muerte tras el discurso real, duró lo mismo que un embarazo prematuro. Y también que un aniversario reciente nos ha traído a la memoria que su padre, el de Felipe VI, intrigó para un golpe blando que se tuvo que convertir en duro para consolidar al borbón ladrón en La Zarzuela tras cargarse a un Suárez que, victorioso tras las segundas urnas con El Pardo sin asesino ocupando, comenzaba a tutear al rey que lo había nombrado tres años antes.
Desde la perspectiva del tiempo, que poca diferencia hay entre la moción de censura, “fracasada” dicen, de un tal Felipe González contra el Adolfo Suárez que dimitió meses después “para que la democracia no fuera un nuevo paréntesis”, y la moción de censura que Rajoy, pudiendo, no quiso manejar unos meses después para conseguir que su partido pudiera seguir en La Moncloa hasta las nuevas elecciones generales.
En resumen, dos golpes de Estado, los de un 23 de febrero y un 3 de octubre, y siempre un PSOE que sale ganando. Sin duda, la historia condenará a ese partido a título de beneficiario del golpismo monárquico.
Y también busca Sánchez que los europarlamentarios borren de su memoria, como si fueran españoles con su pasado menos cómodo para los del PSOE, los apaleamientos a votantes del 1 de octubre, y los exiliados, y los Jordi’s y demás presos políticos condenados, y los juicios contra el Procés que no paran, como el de los cinco miembros de la sindicatura electoral esta misma semana, y unas elecciones forzadas por los jueces en contra del acuerdo de todo el Parlament, menos los del partido de Sánchez, a pesar de la cresta de la tercera ola y de la lentitud de las vacunas. Y el 52% conseguido por los seguidores de Puigdemon, Junqueras e independentistas varios.
Y que tampoco recuerden las portadas de los medios europeos informando de las trampas y corruptelas que jalonan el día a día de la Corona española. Y que hasta se olviden de Borrell creando problemas diplomáticos a la Comisión Europea, la que le paga el sueldo, en una rueda de prensa en Moscú a la que acudió advertido, por parte del anfitrión, de que, si él decía “Navalny”, ellos dirían “catalanes”.
Lo de Sánchez en Barcelona es una maniobra de distracción para ganar o ganar en un regate corto, sin gol si dribla pero fatal si tropieza, contra el peligroso voto secreto en el Parlamento Europeo. Lo demuestra el hecho de que terceros importantes e interesados o afectados por el proyecto de las baterías para coches eléctricos no sabían nada. Y también que, preguntada por lo que pueda significar “a prop de Martorell”, la ministra no sepa contestar y el líder de UGT de la fábrica afectada responda “España”, y que el alcalde de Cáceres no pierda un segundo en declarar que, de la mina de litio de Extremadura, la segunda más importante de Europa, no saldrá ni un gramo hacia Catalunya.
Si, debe hacer ahora quince años que los de Rajoy, en la oposición, pedían firmas por el Reino de España contra el nuevo Estatut que los catalanes aprobarían en referéndum y que también avalaría el Congreso, para terminar anulado por la siempre politizada justicia española. Al final, nuestro “problema interno” lleva años terminando en Europa.
Aún es posible escuchar a políticos de derechas e izquierdas, pero de los que solo saben dar vueltas en torno a Madrid, afirmando que una Catalunya independiente sería excluida de Europa.
¿Con qué fundamento pueden sostener tan malsano deseo los mismos que cada día constatan la evidencia de que quienes han conseguido romper todos los récords sobre la cantidad de tiempo que se habla de España en Europa sean, exclusivamente, los independentistas que quieren construir la República de Catalunya?
No comprenden, y aunque lo comprendieran no podrían admitirlo, que si el martes pierde la peor España, habrá ganado la mejor Europa.
O la que tiene la decencia e inteligencia suficientes como para no traspasar a Bélgica el muerto más vivo.