Escucho en algunos informativos que muchas personas no contestan a las llamadas que reciben para ser vacunadas y que por ese motivo las autoridades están enviando SMS. Después, una tertuliana en la radio dice que ella “nunca mira los SMS”.
Paralelamente, y durante el tiempo que usted tardará en leer esto, millones de personas en todo el mundo habrán recibido llamadas y SMS, aunque no para ser vacunadas sino, tal como viene ocurriendo desde hace décadas, para intentar que compren algo que no han pedido.
Pienso en lo impertinentes que son las llamadas desde números desconocidos y me viene a la memoria uno de los mejores anuncios de TV que recuerdo. Era aquel en el que el protagonista terminaba desnudo en plena calle, y eso que vivía, creo recordar, en un cuarto piso. No veo que se haya insistido en mensajes tan impactantes. Por algo será.
Aún estoy imaginando al hombre en pelotas y de pie sobre el asfalto cuando suena el teléfono. Es un número desconocido, y no contesto. Debo reconocer que desde que añado esos números a la “lista negra” del móvil y, además, me apunté a la “Robinson”, avalada por la Agencia Española de Protección de Datos, recibo muchas menos llamadas.
Dejo que suene, pero, tal como les pasa a los ludópatas que se quedan con las ganas de apostar, pienso que quizá acabo de perder la mejor oportunidad de mi vida. Entonces me doy cuenta que la publicidad por teléfono usa la misma trampa, pues la probabilidad real de que contestando una llamada de esas consigas algo importante debe ser similar a la que tienes de hacerte millonario con la lotería.
Pero siempre salen ganando los mismos
Hace más de un año que nos confinaron y durante los tiempos de pandemia sin vacuna los negocios más afectados fueron, y siguen siendo, los que implican presencia de trabajadores y clientes para llevar a cabo las transacciones. “Un café con leche y un croissant, por favor”. “Aquí lo tiene, son tres euros”. Algo no tan fácil de conseguir ahora.
¿Cuántas puertas pequeñas se han cerrado para siempre?
Y ahora, otra paradoja, la maldita costumbre de llamar por teléfono para vender algo que impulsan muchas multinacionales y grandes financieras ha conseguido encarecer el proceso de vacunación, que se financia con los impuestos, por la desconfianza generalizada a contestar las llamadas de desconocidos, aunque en este caso sea para salvar vidas.
¿No podrían implantar las consejerías de Sanidad un identificador exclusivo de sus llamadas a particulares cuando les convocan a vacunar?
Cada día se habla en los noticieros de las pérdidas millonarias que sufre la economía en general y las empresas de los sectores más afectados en particular. En cambio, pasan meses sin que se informe de lo que están ganando aquellas cuyos negocios, sobre todo las que son de tamaño mundial, no requieren “contactos estrechos”. Suponemos que es tanto como es que están perdiendo todas las demás, por esa intuición que tenemos de que la riqueza es como la energía, que solo cambia de manos.
¿Consentirán los poderes púbicos de todo el mundo que, esta vez también, una desgracia sin responsables directos arruine a millones y enriquezca a unos cuantos?
Lo del Gobierno y la distribución de las vacunas
Parece increíble, pero fíjese usted como ha organizado el Gobierno de Sánchez la información sobre la distribución de las vacunas.
En los informes diarios que, salvo sábados y fiestas de guardar, el Ministerio de Sanidad publica con toda la información que nos quiere enseñar sobre la pandemia, cada día actualiza la información que, procedente de cientos, o miles, de puntos de vacunación en el Reino de España, le envían las diferentes CC.AA. y la actualiza en la columna que denomina “Dosis administradas. Total”. Hoy es martes y el total es de 8.743.694 dosis.
En cambio, la columna anterior es la de “Dosis entregadas. Total”, pero esa información, que sería mucho más fiable porque solo procede de un punto, el almacén central de vacunas del propio Ministerio, y que solo maneja 19 datos, los del número de dosis enviadas a cada C.A., el Ministerio solo la actualiza cada semana, en concreto los miércoles.
Este hecho ha llegado a producir que en alguna C.A. hayan aparecido circunstancialmente más “dosis administradas” que “dosis entregadas”, lo que podía hacer pensar que había alguna C.A. que podría haber conseguido vacunas por canales paralelos y, en cambio, llevados los burócratas por el impulso de triunfar en la carrera de la vacunación, las sumaron a la cuenta de las dosis administradas. En ocasiones así ha sido como ha aflorado el dinero negro de los delincuentes, y no descartamos entre ellos a ningún rey huido al desierto.
Al margen del mucho mayor esfuerzo que para la prensa supone cumplir su labor informativa sobre la pandemia.
¿Es posible confiar en cualquiera de las informaciones que facilita sobre la pandemia un gobierno que hace esto con la de las vacunas?
No, por eso hay, entre otras cosas y desde el principio, tanta diferencia entre la mortalidad declarada y la esperada según los años anteriores.
Los listillos de toda la vida.
Regresando a lo personal, quienes han salido mejor parados son los que no esperaron su turno, sobre todo al principio de las vacunaciones.
Hablamos aquí de esos obispos que cometen tales pecados porque saben que no hay infierno, aunque intenten convencernos de lo contrario cada día. O de esos militares que, como el Villarroya que tanto salía por la tele con don Fernando Simón, terminan con un destino en USA que siempre será un premio. O de los políticos, algunos de la muy famosa Murcia que han terminado siendo excusa para un «terremoto», que incluyo aquí porque ellos juegan a que nos olvidemos de sus trampas.
Ni siquiera una multa ha castigado una insolidaridad tal que, esté o no contemplada en las leyes, durante este tiempo se ha convertido en uno de los peores delitos.
Siempre verás a los políticos, todos, hacer piña y blindarse entre ellos, frente a la sociedad y como si fueran uno solo, cuando las inconfesables que cometen son tan transversales.