Desde Fernández-Ordoñez, España todavía no ha vuelto a tener un ministro de Exteriores a la altura de un orden geopolítico que no acaba de asentarse a causa de conflictos inconclusos y de la volatilidad del enjambre de las relaciones internaciones. La política exterior de un país suele ser una política de Estado, presidida por la firmeza y la claridad, por encima de los intereses partidistas.
Así, la política Exterior española en relación con Marruecos, y con respecto al Sáhara, ha venido dando tumbos propios de un equilibrista, por su complejidad. España se aferra, inmóvil, a la ONU, al tiempo que pretende mantener una relación de buena sintonía con Marruecos con gestos hacia Argelia y el Polisario. Una inecuación, cuyos términos son desiguales, que irremediablemente acaban en equívocos.
¿Qué interés tenía Sánchez en recibir a un incómodo huésped y, encima, con identidad falsa? Ha sido una puñalada trapera para Marruecos, un socio trascendental en el Estrecho de Gibraltar, en el Mediterráneo y en la costa atlántica y del que la ministra González Laya dice que es un país «amigo» y un «socio privilegiado».
España es consciente de la sensibilidad del Reino de Marruecos en lo que se refiere a la cuestión de las Provincias del Sur. De modo que Marruecos espera de España pasos hacia delante, en consonancia con la realidad, no hacia atrás. La hospitalización y la más que sospechosa falsa identidad en la que el jefe del Polisario entraría al país y el por qué España se ha prestado a este juego en connivencia con Argelia llama poderosamente la atención.
Si lo ha hecho para evitar que el jefe del Polisario se sentara ante el juez de la Audiencia Nacional, José de la Mata, por delitos de lesa humanidad cometidos presuntamente contra la población saharaui de Tinduf (Argelia), Sánchez tendría que acompañarle junto con Marlaska y González Laya en el banquillo de los acusados por prevaricación y abuso de poder.
Si es por dar un golpe de efecto izquierdista a la campaña electoral para arañar votos a Podemos en la batalla por Madrid, del próximo 4 de mayo, donde el PP de Ayuso y la ultraderecha de Vox van por delante en las encuestas, podríamos estar hablando de un presidente temerario. Es notorio que cada vez que Pedro Sánchez entra en campaña electoral, vira a la izquierda con ímpetu. Y el resto del año lo dedica a políticas neoliberales de Calviño en un tira y afloja con Podemos de Iglesias.
Si lo ha hospitalizado por cuestiones humanitarias, por qué entonces decide su entrada de forma irregular al país y por qué, precisamente, en Logroño, coño.
En cualquier caso, las autoridades marroquíes deploran esta actitud que consideran como “desleal” e “impropia de los socios”. España no puede imitar a Alemania. Los intereses de uno y del otro son diametralmente diferentes, por historia y por geografía. Esta decisión del Gobierno español ha revelado un ejercicio gratuito de no transparencia y de inmadurez de la ministra de Exteriores González Laya. Muchas eran las posibilidades de obrar sin molestar.
A nivel europeo, España se esconde igualmente detrás de la política exterior de la UE, y para colmo, cuyo jefe actual, es un deficiente Borrell que anda dando palos de ciego por doquier. La diplomacia Exterior española es como la política Interior del expresidente Rajoy que se servía de la táctica del avestruz. González Laya ha ignorado al socio preferente que dice tener en el Norte de África quitándole hierro al asunto escondiendo el motivo de la ocultación de la verdadera identidad del jefe del Polisario Brahim Ghali, por la de un ciudadano argelino Mohamed Benbatouche.
Esta actitud ha abierto muchos interrogantes en un país alauí a flor de piel y una vuelta a la casilla de salida. Y otra vez a remendar una confianza destrozada, a lo largo del tiempo, a golpe de desencuentros.
¿Acaso habría que comprar ya una nueva?