Pensando en Madrid ahora, son tantos los impactos que aciertan en la diana de rompernos los esquemas que es imposible componer dos ideas que puedan aguantar el tiempo que tardamos en sentarnos delante del teclado.
Sin ir más lejos, anoche aún era sábado y este artículo debía hacer referencia en el título a los seis miedos que, hasta el momento, tenía contabilizados como amenazas que rondan las cabezas del electorado madrileño.
Entonces fue cuando un ex diputado, catalán y antifascista, me recordó desde la tele que, antes de que el alcalde “fascista” de Madrid decidiera romper las redes sociales con su “seremos fascistas, pero sabemos gobernar”, que parecía insuperable, la propia Ayuso había declarado que “si te llaman fascista significa que estás en el lado correcto de la Historia”.
La a partir de ahora “fascista” se lo dijo a Ana Rosa Quintana hace mes y medio muy en serio. Es decir, no como el alcalde “fascista” en el mitin, con cierta sorna para cuando le pregunten “señor alcalde, ¿es usted fascista?” pueda contestar que solo era retórica mitinera.
Y entonces, como buen periodista español, se arrugará ante quienes de verdad mandan y, por tanto, asustan, y no le preguntará: “¿significa eso que usted dice mentiras en los mítines?”
Pero ahí queda, y piensan ella y él, los dos “fascistas”, que algunos se reirán, pero también les sirve, porque estarán pensando en ellos, “aunque sea mal”, ya que todos piensan en aquel de quien se están riendo.
Y también piensan ambos en todas las personas cuyos votos sí les interesan, esas que aún llevan en su ADN los traumas que les convienen, y saben que muchas de ellas decidirán votar a la “fascista” el día 4, y lo harán de manera que se les note, como lo tuvieron que hacer sus abuelos y sus bisabuelos, cuando levantaron el brazo a lo fascista al paso de las tropas “nacionales”, que gracias a eso no están ni entre los cien mil que aún se buscan por las cunetas, ni entre los que ya se han encontrado.
De hecho, durante la tarde de ayer compartí con varias personas antifascistas una idea sobre otro de los miedos que la “fascista” ha decidido cultivar. Les comenté que ella imaginaba Madrid como un mundo de cobardes, en el que la gente caminaba mirando a todas partes para no encontrase con sus ex porque, a fin de cuentas, todo el mundo sabe que ni Dios, ni el Demonio, ni siquiera la “fascista”, pueden evitar las coincidencias.
El caso es que me contestaron cinco o seis aportando de su cosecha opiniones en el mismo sentido, pero, pasados unos minutos, una de ellas me envió otro mensaje pidiéndome que no compartiera lo que me había confiado sobre la “fascista”, pues “los demonios están por todas partes”.
A esto se le puede llamar miedo ancestral, pero vigente.
A punto de comenzar la campaña, la “fascista” popularizó dos nuevos miedos, fundamentados en disyuntivas ficticias, “socialismo o libertad” y “comunismo o libertad”, que confirman lo que piensa del votante que podría elegir su papeleta: que es tan simple como ella.
Nadie, salvo los traumatizados que reaccionan como robots a las señales del miedo convocado por “fascistas”, se puede creer que hay más libertad en el Madrid de la “fascista” que en cualquier lugar gobernado por otros del PP o por socialistas, ni tampoco que el “comunismo” constituya un peligro que pueda llegar tras el recuento de los votos en las elecciones de cualquier Comunidad Autónoma, incluida la de Madrid porque, mal que le pese a la “fascista”, la capital de España no es España.
Ha puesto la “fascista” el fascismo, y los miedos, tan de moda, que incluso puede salir beneficiada del “fascismo o democracia”, el miedo con que ha respondido la izquierda.
Otro miedo madrileño, el de la independencia catalana, no ha protagonizado la campaña, pero la “fascista” ya traía cultivada una imagen de heroína salvadora de la unidad de España que vende bien entre su electorado de la capital.
En primer lugar, cuando declaró que había decidido apoyar a Sánchez en el primer Estado de Alarma para que los independentistas no pudieran seguir “remando a su favor”. Fue en mayo de 2020.
Después, con su presencia física en Barcelona durante la campaña electoral para las del 14 de febrero, en las que, por cierto, el PP perdió un escaño, el 25% del poder parlamentario conseguido en 2017, y también cuatro escaños menos todo el españolismo, incluidos los Comuns.
A la vista de esos resultados, lo más probable es que algunos catalanes españolistas de los que jamás votarían al PP decidieran en febrero no votar tampoco a ningún otro partido no independentista, al ver que siempre aparecería en el mismo bloque que el de la “fascista”.
Por último, queda el miedo de la pandemia.
En este caso, cuando a la “fascista” le preguntan por el exceso de muertos en Madrid responde con cualquier cosa, lo primero que se le ocurre, porque sabe dos cosas: la primera, que los muertos no votan, y la segunda, que millones de personas tienen dibujado un paredón imaginario que les dice que si han sobrevivido es porque gobernaba la “fascista”. Algo imposible de demostrar, pero también de negar.
A fin de cuentas, los votantes actuales de la “fascista” de Madrid son herederos de los mismos que, en las urnas de octubre de 2003, decidieron castigar con 141.600 votos menos al PSOE y a IU, los partidos que cuatro meses antes habían sido traicionados por Tamayo y Sáez, los dos tránsfugas que le negaron la investidura al socialista Simancas, líder de la candidatura de la que ambos formaron parte.
Aquella crueldad del electorado con las víctimas de una traición, aunque fueran políticos, significaba conceder el poder a los beneficiarios de la misma, que no eran menos políticos que los traicionados.
Pero se dice que el electorado “siempre tiene razón”. ¿También cuando vota a algún Hitler?
Si, Isabel Díaz Ayuso, la “fascista”, también tiene razón.
La libertad en Madrid es no volverte a encontrar nunca con tu ex, ni con tu muerto por el Covid, ni con la memoria que te podría recordar lo peor de tu propia historia.