El cúmulo de polémicas entre España y Marruecos hace obsoleta la doctrina del “colchón de intereses”, basada exclusivamente en razones económicas como excusa para obviar los problemas políticos.
La nueva política de Rabat -que Madrid pasa por alto-, en sus relaciones internacionales, consiste en evitar que los países se presten al juego de la ambigüedad en una cuestión nuclear como es el caso de las Provincias del Sur.
Con el affaire Ghali, España ha cambiado el tono de las relaciones bilaterales que, por otro lado, llevan mucho tiempo encorsetadas en lo económico, a menudo desbordadas por las controversias y, en la actualidad, se antojan superadas por el nuevo contexto geoestratégico común.
El precedente más próximo lo tenemos en Alemania, con la que Marruecos ha suspendido las relaciones por convocar una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU tras el reconocimiento de Trump, por alejar a Rabat de la reunión de Berlín, en 2020, que pretendía impulsar un acuerdo de paz en Libia menospreciando los esfuerzos de Marruecos, quien facilitó el llamado Acuerdo de Sjirat, donde se reunificaron los dos parlamentos libios, por izar la bandera de la república virtual saharaui en el ayuntamiento de Bremen, por revelar información sensible, etc.
En el caso de España, los agravios son varios. Sin ir más lejos, el fugitivo Ghali sigue sin ser detenido (Pinochet lo fue en el London Clinic). Diputados y eurodiputados españoles piden a Biden revocar la decisión de Trump, la recepción de una delegación de la república virtual saharaui por un miembro del gobierno español, el partido de Cs, en vías de extinción, pide a EEUU suspender la venta de misiles a Marruecos, las banderas polisarias que se izan en algunos ayuntamientos españoles (ya prohibidas por el Supremo), el militarismo activo de las asociaciones españolas pro Polisario, las cuantiosas ayudas del gobierno español a estos separatistas (más de 10 M. € al año = 10 tanques rusos), el intento de España de obstruir, ante la UE, la concesión de créditos para la financiación del puerto de Tánger-Med. Y así un sinfín de antipatías hacia Marruecos. Acciones legítimas, si bien son reflejo de una animadversión digna de un estudio aparte, y colocan a España en el segundo país hostil después de Argelia.
Por otro lado, Marruecos no admite a los separatistas vascos, ni a independistas canarios ni catalanes, ni iza sus respectivas banderas. No obstante, acepta el papel de gendarme de Europa, una decisión vista con recelo por algunos países africanos, además de acusaciones de las ONG españolas de DDHH por la presunta mano dura en su lucha contra la inmigración ilegal. Es más, ha estado al lado de la integridad de España ante la Organización para la Unión Africana (OUA, hoy Unión Africana, UA) cuando Argelia propuso votar la “africanidad” y la “descolonización de las Islas Canarias”. Más aún, el pueblo marroquí tiene un gran aprecio por España y a quien le consta que una parte del pueblo español ama Marruecos, conoce y añora.
Es preciso subrayar que España ocupó y expolió sin remordimientos el Sáhara por más de 90 años. ¿Dónde estaba, entonces, esta España anti marroquí que hoy enarbola la bandera del Polisario? Lo que más preocupa en Marruecos es que el propio gobierno español sea quien abra frentes con su socio “preferente”. Máxime cuando el fugitivo Ghali había sido rechazado por Alemania. Lo que sugiere una muestra de prepotencia. También insinúa que a España le interesa que el asunto del Sahara se eternice (las típicas tácticas dilatorias) y, con el tiempo, debilite al país alauí haciendo pinza con Argelia. Igualmente supone que España no desea un Marruecos fuerte en la zona sino a un país al que quiere tratar por encima del hombro. También indica que la ocultación del separatista Ghali evitaría la reacción de Marruecos en un acto de cobardía, subestimando así la Inteligencia marroquí. Es de este modo como el ejecutivo de Sánchez ha comprometido la credibilidad del país en un intento de vulnerar el derecho de las víctimas del fugitivo polisario, fundando su propia “cloaca” del Estado.
Marruecos no exige el reconocimiento español sobre sus Provincias del Sur, España ya lo hizo el día en que arrió la bandera y se izó la marroquí, sólo reclama neutralidad y que España (o Alemania) no vaya en contra de sus intereses, y este es el trasfondo de la cuestión. Pues la estabilidad de España depende de la de Marruecos y viceversa. Alemania pilla, a los dos, muy lejos y cuyo diccionario no incluye más de 10.000 palabras de origen árabe como el DRAE y otras tantas españolas en el dialecto marroquí.
Es evidente que los avances logrados por Marruecos en las dos últimas décadas sitúan a España ante una nueva realidad, y donde el famoso “colchón de intereses” está más que desgastado con tanto rebote, e incapaz de amortiguar los problemas reales, sino obviarlos. Un corsé que le queda chico a Rabat como potencia regional emergente, con raíces en África. Pretender resolver problemas políticos de gran calado en un ámbito “económico” restringido, es como intentar tapar el sol con un colador, habida cuenta del horizonte geoestratégico actual en el que Madrid parece haber perdido toda ambición.
De ahí que Marruecos haya decidido cambiar de paradigma, y no permitir más ambigüedades, ni de parte de Alemania ni de España ni de cualquier otro país. La suspensión de las relaciones diplomáticas con España es inminente, precipitada por la inacción de la justicia española. Sea lo que fuese el desenlace, el affaire Ghali ha minado toda confianza entre las partes y ha supuesto un punto de inflexión en las relaciones bilaterales. Y, con ello, queda lapidado el anacrónico modelo.
Una nueva diplomacia tendrá que cimentarse sobre un formato realista, más allá de los condicionantes económicos, que incluya intereses geopolíticos acordes al contexto y que favorezcan la estabilidad. Y, desde el punto de vista económico, han de ser unas relaciones basadas en la competitividad participada en vez de enfrentada, en la complementariedad y en la cooperación Win-Win.