“He visto cosas que vosotros no creeríais” dijo Rutger Hauer en su papel de replicante.
Si, en lugar de una ficción en Los Ángeles de un futuro imaginado para 2019, Blade Runner hubiera acertado con el presente de la España de 2021, tan increíbles como “las naves en llamas más allá de Orión y los rayos C brillando en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser” habrían sido los peores deseos que cada día reclaman algunos líderes políticos españoles contra nueve adversarios catalanes que, entre otros “delitos”, jamás pusieron ninguna vida en peligro.
¿Le ha parecido adecuado lo de “adversarios catalanes”? Puede responderse usted mismo, ahora que está leyendo.
Por tanto, a esos líderes españoles, Casado, Abascal y Arrimadas, convendría preguntarles si consideran “adversarios” a esos nueve indultados, o prefieren decir “enemigos”, pues resulta importante saber si todos los actores políticos de la democracia hablan el mismo idioma. Por lo de la convivencia.
Quizás Pedro Sánchez se lo podría preguntar a los tres, uno por uno, desde su escaño, la semana que viene. Durante la sesión de control al gobierno.
Pero esos tres líderes españoles lo son porque reciben la confianza de millones de personas a través de las urnas. Y muchos comparten con los tres el odio hacia los indultados. Por eso, la rabia que llena sus almas derrotadas está creando una realidad nueva.
Consiste en la aparición de un nicho específico en el mercado de las audiencias. Se trata de gentes que necesitan renovadas dosis del veneno informativo que fabrican las cloacas de la denominada “caverna mediática”. Esta vez específico contra los nueve independentistas catalanes que vuelven a dormir con sus familias.
Por tanto, prepárense Bassa, Cuixart, Forcadell, Forn, Junqueras, Romeva, Rull, Sánchez y Turull. Los nueve republicanos independentistas serán vigilados sistemáticamente por periodistas que seguirán sus pasos, así como todos los contactos que mantengan por privados que sean y cualquier actividad que realicen, por poco que se parezca a la política, será inmediatamente pasto de portadas para denunciar que los indultados deben regresar a prisión.
Por su parte, las fuerzas represivas y los juzgados filtrarán hacia esas cloacas cualquier expediente que se abra contra cualquiera de los nueve sobre quien recaiga la sospecha de que está haciendo política.
Y a esas noticias seguirán opiniones, editoriales, y hasta intervenciones parlamentarias, acusando a Pedro Sánchez de no estar cumpliendo alguno o varios de los reales decretos 456 a 464 de 22 de junio de 2021, todos ellos firmados por Felipe VI, el obligado a ser “cómplice”.
En este panorama se da la circunstancia de que quien conseguirá el mayor beneficio político de las amenazas que desde la “caverna” se activarán contra los indultados es también el principal amenazado: también se llama Pedro Sánchez, pues resulta evidente que la protección de los nueve líderes catalanes se convertirá en un problema cargado de riesgos para Aragonés, el principal representante de los “adversarios” catalanes de Sánchez en este momento.
“Adversarios”, en este caso sin lugar a dudas, supongamos.
Y cuando dos grandes bloques están tan enfrentados como los españolistas que gobiernan desde La Moncloa y los independentistas que hacen lo propio desde la Generalitat, no hay nada como crear problemas grandes, medianos y pequeños en el bloque adversario para desestabilizarlo y así conseguir algunas victorias.
Hoy ha sido un día de abrazos, alegrías y proclamas a la salida de las tres prisiones donde seguían encerrados los presos políticos catalanes.
Poco antes de salir de prisión Junqueras afirmó que los indultos demuestran la debilidad del Estado español. Tal opinión, he dicho “opinión”, le ha costado dos años más durante los que estará sometido a la condición de reversibilidad impuesta en su indulto, un endurecimiento improvisado en la misma reunión del Gobierno del 22 de junio, tal como el ministro de Justicia ha informado hoy mismo, día 23, en La SER.
Acabo de leer que un tribunal ha anulado unas opiniones adoptadas por la Universidad de Barcelona sobre los presos que acaban de ser indultados.
Un ministro castiga opiniones personales y un tribunal anula opiniones institucionales. Me reservo la nota que le concedo a esta democracia.
No quiero ser aguafiestas, pero me temo que las salidas de la cárcel que viví durante la dictadura franquista eran más fáciles de sobrellevar que la salida que acaban de celebrar los nueve catalanes en medio de una democracia repleta de franquistas vestidos con toda clase de disfraces.
Recuerdo 1970. Tras salir, normalmente a la espera de juicio, a algunos nos invadía la sensación, cuando caminábamos por la calle, de que nos seguía un policía de los de la banda de Billy el Niño. En mi caso, no podía dejar de volver la mirada hacia atrás cada medio minuto, pero la obsesión se curaba en no más de 15 o 20 días.
Creo que el líder de ERC tiene razón con lo de esa debilidad de España que a él le ha salido tan cara. Quizás opine lo mismo que yo sobre sus causas.
Además de la presión creciente desde Europa y del 52% del independentismo en las últimas elecciones catalanas, creo que Pedro Sánchez no podía soportar por más tiempo una situación de la que era el único responsable, tras asumir el compromiso de capturar a Puigdemont.
Dos años después aún no lo había conseguido, cada dos días alguien se lo recordaba y estábamos en una situación de las que no admitían la menor demagogia por respuesta: los líderes catalanes que optaron por el exilio han salido ganando, frente a los que se entregaron a la justicia española.
Así de sencillo, porque Pedro Sánchez dirá una cosa hoy y otra mañana, pero es lo suficientemente humano como para confesarnos un día que un tal Pablo Iglesias en su Consejo de Ministros no le dejaría dormir.
Por eso mismo, nunca podríamos pensar que uno de sus sueños tranquilos estaría protagonizado por un Puigdemont en libertad y un Junqueras en prisión.