La ministra de Exteriores de España, Arancha González Laya, ha sido cesada del Gobierno de Sánchez con un triste balance en lo que respecta a logros diplomáticos. En cambio, ha dejado una profunda crisis diplomática sin precedentes con el Reino de Marruecos.
La salida de la ministra de Exteriores, que no se sabe a ciencia cierta si se debe al conflicto desatado por acoger al fugitivo Ghali o por un cúmulo de errores que, por otro lado, el propio Sánchez había consentido. Lo cierto es que dicho asunto podría haber sido la gota que ha colmado el vaso de una nefasta gestión al frente de la diplomacia española. Además, la remodelación del Gobierno español ha dejado en el tintero a la ministra de Defensa, la jurista que amenazó al país “amigo y vecino” en plena crisis diplomática.
¿Significa esto el inicio de una reconciliación ente Rabat y Madrid?
Lo único positivo de González Laya ha sido firmar un contrato ventajoso de gas argelino. Una acción que se enmarca más bien dentro de su especialidad como experta en comercio que como ministra de Exteriores, por lo que el mérito queda también en entredicho, máxime cuando dicha transacción ha supuesto enterrar una alianza estratégica con Marruecos. Lo más importante que tenía que haber resuelto y no lo hizo, como comerciante, era mostrar su capacidad negociadora para levantar los aranceles con los que Trump ha castigado los productos españoles. Pero ya en la era Biden, tampoco ha sabido retomar las relaciones diplomáticas con la nueva administración y que finalmente quedó reflejada su incompetencia en los 29” de pasillo en la última reunión de la OTAN.
En el caso del criminal Ghali que, según se desprende de la investigación judicial en curso, no sólo está implicado el ministerio de Exteriores sino también el ministerio de Defensa de Margarita Robles quien actuó como facilitador de la entrada clandestina del enemigo número 1 de Marruecos. Además, la ya ex ministra de Exteriores continuó mintiendo provocando graves rifirrafes con la embajadora de Marruecos, Karima Benyaich. Pero fue el propio ministro de Exteriores, Nasser Bourita, quien la sentenció al desmentirla desacreditándola como interlocutora.
Muchos fueron los errores, y muy graves, de la exministra que la han situado en el disparadero de las críticas, no sólo nacionales sino también internacionales al dañar la credibilidad de España ante el mundo. Su salida del gobierno de Sánchez estaba ya decantada.
La decisión de acoger al criminal Ghali ha roto todos los puentes. El más importante es el de la confianza, ya que sobre esta base se construyen todas las demás relaciones internacionales como son el diálogo sincero sobre todos los asuntos que preocupan a los dos Estados, sin líneas rojas, la cooperación antiterrorista, la inmigración, la concordia, el respeto y la buena vecindad entre países vecinos, etc.
España adolece de dos males, primero el de la soberbia hacia su vecino Marruecos. La clase política española, económica, militar e intelectual incluida la prensa, tendrá que hacer un ejercicio mental para librarse de una arrogancia secular cimentada todavía sobre una prepotencia colonialista anacrónica. Y, en segundo lugar, España tendrá que recuperar el control de su política Exterior depositada en una UE que, por su incoherencia y la complejidad de su estructura, no hace más que seguir los pasos de los Estados Unidos. Una España que en los últimos años parece haber renunciado a su política Exterior y a la cooperación en el Mediterráneo. Un espacio convertido hoy en un mar de batalla geopolítica entre las grandes potencias y donde Marruecos destaca como líder regional y continental indiscutible.
Como potencia geoestratégica, Marruecos ya no admite en sus relaciones internacionales, el juego de la ambigüedad en una cuestión nuclear como es el caso de sus Provincias del Sur. La crisis desatada con Marruecos es más que una crisis puesto que ha hecho emerger todos los conflictos, y cuyas consecuencias son aún inadvertidos. Si González Laya se ha ganado un puesto en el Consejo de Administración del lobby del gas español, el nuevo ministro de Exteriores José Manuel Albares tiene la difícil tarea de recomponer unas relaciones diplomáticas con Marruecos hechas añicos. De hecho, la reconciliación debe pasar por la transparencia de la posición española respecto de las Provincias del Sur del Reino de Marruecos. Es decir, España tendrá que rescatar los pergaminos de la historia que atestan la marroquinidad de un Sáhara que Marruecos nunca dejó de reclamar y que se levantó en armas contra el colonialismo francés quien le arrebató parte del Sáhara Oriental a finales del siglo XIX y contra el colonialismo español ya en 1958 cuando todavía no existía ni Argelia ni los mercenarios polisarios.
Para despejar toda ambigüedad, España debe abandonar su falsa posición basada en una anticuada Resolución que el propio Consejo de Seguridad de la ONU ya no considera desde hace más de 20 años. En este sentido la reconciliación debe fundamentarse sobre el reconocimiento español de la plena soberanía del Reino de Marruecos sobre sus Provincias del Sur aceptando el Plan de Autonomía propuesto y aceptado ampliamente por la comunidad internacional.