La capitulación de los EEUU y, por ende, de la OTAN en Afganistán ha sido un fiasco que pasará a los anales de la historia reciente de la humanidad. Además, su aleteo generará un efecto mucho más alarmante en una UE sumida en la ambigüedad en medio de un continente africano que no despega, de un Magreb amenazado por Argelia y del auge del terror en el Sahel.
Durante 20 años de “Libertad Duradera», los Talibanes habían abandonado sus oficinas gubernamentales para refugiarse en montañas, no lejanas, donde continuaron su activismo en modo «teletrabajo». Y Afganistán se convertía en modelo de escarnio para los que osasen enfadar al Tío Sam. Además, el país se transformaría en lugar de peregrinación donde los presidentes de gobierno, ministros de Exteriores y de Defensa de la coalición desfilaban sacando pecho para la foto y para anunciar la importante función humanitaria que realizaban allí sus ejércitos garantizando, desde la lejanía, la seguridad de sus respectivos países.
Mientras tanto, la OTAN se había dedicado a instruir a un ejército afgano que claudicó al instante, ya que los Talibanes se habían reído de los servicios de inteligencia occidentales al introducir en sus filas agentes para formarse militarmente y para informarse inteligentemente hasta la rendición de un Biden que ni siquiera ha conseguido unos minutos de prórroga para evacuar. Hoy, los Talibanes han vuelto al “trabajo presencial” tras la toma de Kabul, que los servicios de información occidentales preveían para dentro de un año. Lo que explica la mala instrucción militar ofrecida por la OTAN así como la magnitud de la caótica evacuación.
Así, en medio del caos y mientras los soldados americanos de retaguardia intentaban salvar lo que quedaba de dignidad, Merkel trataba de quitarse el muerto de la inmigración de encima al tiempo que Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, insistía en proteger las fronteras de la UE. Pero ¿de qué?, si sólo eran colaboradores de la OTAN y sus familiares que podrían ser ejecutados de facto por creer en Occidente y en la falacia de sus “procesos democratizadores” allende sus fronteras.
Es evidente que la victoria Talibán tendrá sus efectos sobre la UE. De hecho, su orfandad de los EEUU la sume en un desconcierto que se refleja en la insistencia de Francia para que Europa se independice de los americanos. Todo ello en medio del parón alemán tras las elecciones y del caos político que se avecina.
Una coyuntura que obliga a la UE a reposicionarse sobre el tablero geopolítico africano, en línea con los EEUU donde Biden está priorizando el AFRICOM, y ahora el AUKUS en el pacífico en su lucha por frenar al gigante chino, dejando en manos europeas una OTAN descalabrada.
La llegada de Biden no ha mejorado las perspectivas de una UE desunida, víctima de su ambigüedad que se ha visto reflejada en la reciente sentencia del TJUE sobre el acuerdo de pesca con el Reino de Marruecos que se resume en “ni contigo ni sin ti». Una ambigüedad política endémica, motivo por el cual EEUU ha dejado a la UE en la cuneta. Además, su ampliación a 27 países no acaba de cuajar. El Brexit podría ser la punta del iceberg. Los países del sur, del norte, del este y del oeste tienen intereses políticos contrapuestos y entienden la política de manera diferente. Parece más bien un globo que se había inflado más de la cuenta y a punto de reventar, algo que se ve reflejado constantemente en el de Parlamento Europeo y demás instituciones.
El descrédito de la UE estaría provocando una rebelión en la granja Sur. África, que está experimentando dinámicas propias con Marruecos y China al frente y ahora EEUU, ya había perdido toda confianza en la UE por su pasado colonial y porque el continente africano no consigue avanzar siendo su proveedor de recursos por excelencia. Las ansias insaciables de extracción, en un intercambio desigual que la UE pretende eternizar y que va en contra de los valores que preconiza para sí, siguen haciendo mella en una población africana decidida a emigrar, precisamente, hacia el norte. Una inmigración que sólo se puede retener, por ahora, pero imposible detener.
La UE está igualmente obligada a repensar su política de “divide y vencerás” en el Magreb, donde estaría equivocadamente aprovechando la caída a los abismos de Argelia para frenar el auge de Marruecos como potencia regional y continental. Recordemos que la posición alemana y española (que no ha tenido eco en los demás miembros de la UE como deseaba Merkel y Sánchez) tras el reconocimiento de Trump de la soberanía marroquí sobre sus Provincias del Sur ha sido un movimiento de ficha en muy mala dirección, dirigido a provocar inestabilidad en el Magreb dándole alas a una Argelia amenazante. Un juego peligroso que, tras el fiasco de Afganistán y la retirada de Francia de la operación “Barkhane”, el Sahel se vislumbra como terreno propicio para emular la victoria Talibán. La reciente muerte de dos camioneros marroquíes en un atentado premeditado en Mali ha despertado serias sospechas sobre su autoría.
Cabe señalar el fracaso de Argelia en su intento de liderar la lucha contra el terrorismo en el Sahel a través de dos iniciativas africanas, CEMOC y UFE, pero sus prisas por excluir Marruecos le habían jugado una mala pasada. Finalmente, Mauritania, Mali, Níger, Chad y Burkina Faso crearían el G-5 Sahel. Iniciativa a la que se había unido Francia y Marruecos junto con una treintena de países que forman hoy la coalición por el Sahel. Desde entonces, el papel de Argelia, está siendo altamente sospechoso a ojos de la Inteligencia Internacional.
Nunca ha habido ni habrá una república saharaui en territorio históricamente marroquí en las costas atlánticas y en medio de una zona minada de terroristas del AQMI (dirigida por un argelino), del DAECH cuyo jefe fue un ex polisario (recién cazado por los franceses en Mali) y de Boko Haram, entre otros muchos grupúsculos que campan a sus anchas por el Sahel.
Los campamentos militarizados de Tinduf son hoy viveros para sembrar el terror en la zona. Se trata de una concentración humana, mayoritariamente argelina, mauritana y maliense, sin identificar ni censar, sin oficio ni beneficio, que actúa desde hace 45 años bajo la batuta de los militares argelinos fuera del control de la Comunidad Internacional y a quien el TJUE acaba de señalar como “pueblo saharaui”, sin probarlo, atentando así contra el derecho natural de la auténtica población saharaui que vive y gobierna democráticamente las Provincias del Sur bajo soberanía del Reino de Marruecos y con lealtad al Rey Mohamed VI, como hicieron sus antepasados.
Es evidente que Europa no está preparada para los cambios que se están gestando. La UE debe generar una reflexión en torno a la necesidad de establecer prioridades de actuación en el continente africano. Por un lado, le urge, abandonar su política económica en el África negra donde insiste con su fracasada estrategia del “palo y la zanahoria», manifiestamente inapropiada para la población africana, que sólo favorece las derivas militares en el continente. Y, por otro, le urge redefinir su política en el Magreb y evitar así un efecto boomerang de inseguridad en sus talones. Una cuestión que, de momento, ni está en su agenda ni en la del presidente Sánchez siendo España el país más interesado, pero sí evocada por el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, quien aboga por la creación de una fuerza africana antiterrorista.
Los efectos pueden ser más o menos lentos, pero cuando se produzcan se precipitarán a velocidad de vértigo.
¿Despertará a tiempo la UE de su letargia? ¿Y España?