Era noviembre de 2020 y, por primera vez, llegaban noticias de esperanza en la lucha contra la covid-19. No solo Pfizer-BioNTech, sino Moderna y luego Oxford-AstraZeneca informaron resultados de ensayos clínicos de fase III para sus vacunas con una eficacia que superó las expectativas de los científicos más optimistas. Lo que siguió fue una avalancha de acuerdos políticos y diplomacia de vacunas.
Los líderes mundiales se apresuraron a ser los primeros en tener en sus manos las nuevas vacunas, las de primera generación. La aparición de nuevas versiones mutadas del virus que provoca la Covid-19 durante el último año, como las variantes Delta y Ómicron, crean un potencial requerimiento para diferentes tecnologías de proporcionar una respuesta más sólida del sistema inmunológico.
Ahora se trabaja con lo que se conoce como vacunas de segunda generación. El Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) está desarrollando una para evitar la enfermedad pero también el contagio. Será lo que se llama una vacuna «neutralizante» y esperan tenerla lista a finales de año o a principios de lo que viene.
La gran novedad es que se administra vía intranasal y esto crea una barrera en las mucosas nasales que bloquea su transmisión. La vacuna que desarrollan en el CSIC forma parte de las llamadas «de segunda generación» porque comparte con estas vacunas otros retos, como conseguir ser más resistentes a las nuevas variantes.