Esta historia verídica que ridiculiza la figura del dictador fascista, el General Francisco Franco, sucedió en 1942. Franco, según nos contaba hace unos cuatro años el escritor Ignacio Martínez Pisón en su libro “El estafador que engañó a Franco”, y que ahora vuelve a ser recordado desde el elPlural, como en su día hizo ElPaís, entre otros medios, cumplía casi siete años de su insurrección militar golpista que le llevo a la jefatura del Estado en España.
Este suceso, obviamente, no fue público en su día, pues la prensa más que controlada y manipulada de la época no lo dio a conocer a los españoles. Se ocultó, pero la historia lo sacó a la luz, como suele suceder. Esta es una increíble y a la vez ridícula estafa que el pillo timador austríaco, le infringió al hombre más poderoso en ese momento en España, humillándolo de manera patética, burda y digna de un ignorante, como decían que era el militar. En concreto, Franco se “tragó” de plano la increíble propuesta empresarial de Filek.
El autor fue un personaje austriaco, un timador cuya esposa era una mujer de Granada, llamada Mercedes Domenech. El estafador en cuestión que se río del tirano desde el interior del propio régimen autoritario, fue Albert Edward Wladimir Fülek Edler von Wittinghausen, un largo nombre por sus orígenes aristocráticos (a pesar de que era hijo bastardo) aunque se le conocía como Filek.
Filek, engañó a Franco haciéndole creer que había inventado un nuevo combustible que salvaría al mundo y que le daría una gran imagen a España en el exterior, algo de lo que el Régimen estaba necesitado, mejorar su mala reputación en el mundo y, de paso, obtener ingresos millonarios para la maltrecha economía del país.
El charlatán estafador austriaco hizo pensar a Franco que el nuevo combustible, con aguas del Jarama y fórmula secreta, sería tan importante como la gasolina, pero a unos precios de fabricación irrisorios. El agua, el jugo de vegetales y el producto “secreto” de Filek, eran de costes reducidísimos y harían de Franco un líder energético internacional al convertir a España en la principal potencia petrolífera del orbe mundial.
Con estas credenciales y estos sueños del dictador, más la astuta habilidad comercial y retórica del austriaco, Franco picó el anzuelo y no solo le dio el placer para la patente, sino que lo hizo millonario con relevantes ayudas públicas para que montara la empresa y la supuesta fábrica del oro del Jarama. La “fikelina”, sería como se llamaría el nuevo combustible. La República no picó en 1935, pero el paticorto de piernas y cerebro fascista, que siempre se creyó el más pillo, sí.