domingo, 24 de noviembre del 2024

Donde dije «digo», digo «Diego»

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Beatriz Talegón
Beatriz Talegón
(Madrid, 5-5-1983) Licenciada en Derecho por la UAH, estudios en economía del desarrollo por la LSE en Pekin. Analista política. Ex Secretaria General de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas Actualmente colabora como analista política en distintos medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión).
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El refranero castellano tiene respuestas para todo. Incluído el hecho de haberse llenado la boca de decir una cosa, y cuando los hechos demuestran con contundencia que no tenías razón, poder «salir por peteneras» y afirmar que decías en realidad todo lo contrario. «Donde dije «digo», digo «Diego», es la manera de resumir este galimatías.

Pues si podemos definir lo que está pasando estos días sobre el PfizerGate, esa es la frase que lo muestra a la perfección.

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Después de que el diputado holandés Robert Roots consiguiera que la directiva de Pfizer, Mrs. Small  (que acudió en lugar de Albert Bourla, el «compiyogui de Von Der Leyen») reconociera en sede parlamentaria que jamás se había efectuado ningún tipo de prueba sobre la eficacia de las inoculaciones para prevenir la transmisión del virus, ahora resulta que esto era algo que «todos sabíamos», que «los medios ya lo habían dicho por activa y por pasiva» y que, en realidad, el discurso supuestamente era: que las vacunas solamente vinieron para evitar casos graves y cuadros de muerte por Covid-19.

Quizás haya gente que aún se trague las mentiras a bocados, y sin masticar. Para ellos, pues, esos medios de comunicación que les tratan como si fueran estúpidos.

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Pero cabría recordar que desde el primer momento aquí se ha hecho campaña continua para promover la inoculación masiva de la población. Y si no querías vacunarte para protegerte tú, se apelaba a tu responsabilidad social y familiar: se nos empujó a inyectarnos bajo el mantra de que lo hiciéramos por los demás. Para no matar a los abuelos, para no matar a los padres, para proteger a la comunidad.

¿Si tan claro tenían que las vacunas no evitaban los contagios, cómo es posible que este mensaje se haya repetido hasta la saciedad?

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Recuerde, querido lector, querida lectora, que Pedro Sánchez estuvo machaconamente insistiendo en el objetivo de alcanzar la «inmunidad de rebaño», que llegaría cuando se alcanzasen los objetivos de vacunación. ¿Cómo es posible alcanzar una inmunidad de rebaño si las vacunas no evitaban los contagios y tampoco inmunizaban, puesto que las personas se podían seguir infectando? Misterio.

Explíquenme entonces, si todos sabían que esto no evitaba contagiarse, qué sentido ha tenido el pasaporte COVID. Cómo se pudo configurar desde el Gobierno un mecanismo segregador, discriminatorio que en realidad, no prevenía los contagios. Cómo era posible si todo esto se sabía de manera tan extendida. Porque los que sí hemos informado de todo esto desde el principio hemos sido perseguidos, insultados, desprestigiados y acusados de «desinformar».

No, no se confundan, manipuladores profesionales: los que no nos hamos vacunado sabíamos perfectamente que estas vacunas no evitaban las transmisones. Lo sabíamos porque en su día leímos a Peter Doshi, editor de la BMJ, a quien también censuraron y persiguieron por decir precisamente esto: que con la información disponible desde el primer momento, no había pruebas para afirmar que las vacunas evitasen transmisión, ni tampoco cuadros graves ni tampoco muertes. Lo que sucede es que cuando dijimos esto, informamos de las alertas de los expertos, que nos avisaban de que los riesgos que podía suponer esta inyección en comparación con lo que se suponía que iba a evitar (que en realidad no estaba probado), no merecía la pena arriesgarse.

Y es que, salvo para casos de personas vulnerables, a las que debería estudiarse caso por caso y con un seguimiento específico, los que hemos estado en contra de estas inoculaciones, lo hemos hecho siempre señalando que estábamos en contra de la obligatoriedad para toda la población. Y especialmente para los niños. Porque los niños pasan la infección de manera leve y, por el contrario, estas inoculaciones han demostrado ya causar en algunos casos problemas muy graves en el corazón de los pequeños, en incluso su muerte.

Repito: la noticia no es el hecho de saber que estas inoculaciones no eran lo que nos dijeron. Algunos lo sabíamos y lo dijimos siempre. La noticia es que este hecho se haya reconocido en sede parlamentaria, ante los representantes de todos los ciudadanos europeos que hemos pagado miles de millones de euros de nuestros impuestos a unas compañías que han negociado saltándose las leyes, como el caso de Pfizer con Von der Leyen.

Hasta el propio Tribunal de Cuentas ha reconocido estos graves hechos. Y viendo que ni son eficaces, ni son seguras, hay quien ya está exigiendo que se nos devuelvan los millones que han ido a parar a las industrias farmacéuticas.

Si se asoma a mirar los datos de la comunidad de Extremadura observará cómo la totalidad de las personas que han fallecido y constan en los registros de los últimos meses, estaban vacunadas contra el covid.

Si se asoma a ver lo sucedido en el Parlamento canario esta semana, verá como un diputado, David de la Hoz, ponía sobre la mesa la duda incómoda: ¿de qué se está muriendo la gente? y, concretamente, ponía dos noticias juntas: la que señalaba a España y Portugal como líderes en vacunaciones, y otra en paralelo y posterior, donde España y Portugal lideran el exceso de mortalidad de causas desconocidas.

Lamentablemente estamos viviendo un escándalo que se suma al que supone observar la manipulación mediática y el silencio ante semejante atrocidad.

Sigamos observando, que el panorama se pone interesante.

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