Los europeos o los nuevos europeos que han venido desde otros lares, tienen diferentes perspectivas sobre el viejo continente y a menudo responden con dos reflexiones. Uno el positivismo ‘resignado’. El no pasa nada. Europa lo aguanta todo, está habituada a las guerras. En la última, en su idea por ayudar a Ucrania y resistir la agresión rusa, Europa ha mostrado unidad, coraje y una disposición de principios a asumir enormes costos. Todo en pos de la justicia y contra la injusticia.
Pero el segundo es alarma. La realidad contundente. Una contracción económica brutal pondrá a prueba la verdadera resiliencia de los europeos, lo forzaremos a llamar así, y de Europa, en 2023 y más allá. Existe un temor creciente de que la remodelación del sistema energético mundial, el populismo económico estadounidense y las divisiones geopolíticas amenacen la competitividad a largo plazo de la Unión Europea y los países que no son miembros, pero están en el viejo continente, como el Reino Unido.
No es solo la prosperidad del continente lo que está en peligro, también lo está la salud de la alianza transatlántica. La avalancha de buenas noticias de Europa en las últimas semanas no lo son tanto. Los precios de la energía han bajado desde el verano y una racha de buen tiempo significa que el almacenamiento de gas está casi lleno. Pero la crisis energética aún plantea peligros.
Los precios de la gasolina son seis veces más altos que su promedio a largo plazo. Hace ahora justo una semana que Rusia amenazó con estrangular el último oleoducto operativo a Europa, incluso cuando los ataques con misiles provocaron cortes de energía de emergencia en Ucrania. El invierno está a la vuelta de la esquina. Veremos si esa resiliencia es efectiva, o no…
